R. M. Millán

martes, 15 de diciembre de 2015

EL HERMANITO DE MARCOS


Un animal doméstico, un amigo fiel, un descuido desastroso, un compañero leal. Tantas cosas pudieran decirse de los perros, muchos son los testigos que dan fe del compromiso, la entrega de los canes a los seres humanos; un vínculo que para muchos es más bien caprichoso, aunque para otros es tan real como el amor de un familiar.
Marcos amaba a su perro, y pudiera dar fe de que el amor era mutuo, por eso no perdió tiempo y corrió en busca de leche tibia al ver a Obby cabizbajo, apenas rozando la taza de agua vacía y el plato de comida volteado al otro extremo cuyas iniciales desgastadas por el sol murmuraban O-Y desde lo lejos.
Marcos sabía que muy a pesar del entusiasmo de su mascota, Obby también esperaba a cambio gestos traducidos en abrazos explosivos y exclusivos como el movimiento de la cola o un salto inofensivo, pero bien calculado, sobre el regazo de su amo, gestos que en su ausencia jamás recibió.
Marcos se aproximó sudado e inhalando el vapor de la leche, Obby seguía inmerso en la pesadez, en su poco ánimo por jugar.
Marcos consentía a Obby incluso más que a su hermano menor, queien lo veía con cara de culpa desde la puerta que apuntaba hacia el comedor. No quería, no se atrevía a mirar a Marcos a los ojos, mucho menos a Obby después de haberle ofrecido el jugo letal de su agonía.
Las pulsaciones de Obby disminuían, Marcos lo había notado. El pequeño sólo quería un poco de atención.
‘La leche tibia corta el efecto del veneno’, recordaba Marcos las sugerencias de su abuela durante una anécdota similar en su niñez. Pero por mucho que le hubiera vertido la leche a las fuerzas, el raticida ya había reclamado los nervios y órganos más vulnerables de Obby.
Marcos se dio por vencido, supo que ya era tarde, y a la espera del último aliento de Obby, conversaba con sus padres sobre qué lugar resultaría más apropiado para que, al menos, tuviera un sepelio digno por parte de la familia. No hubo lágrimas ni mayor pesar, pero sí remordimientos en la cabeza del pequeño que, indispuesto a continuar con la carga, confesó antes de la cena la causa de la muerte de Obby.
Marcos se reconfortó al enterarse que su hermano había sido el verdugo de Obby en un incontrolado acto de celos, pero no se sentía reconfortado por la muerte sino porque mientras esperaban la llegada de su esposa, se gestaba una noticia que prefirió dejar para otra ocasión. El día transcurrió como cualquier otro.
Meses pasaron desde la muerte de Obby y desde que el hermanito de Marcos había iniciado un tratamiento psiquiátrico que le ayudaría a controlar la depresión y elevar la autoestima. ‘Está sanando’, consideró Marcos después de saludar a su hermanito durante una llamada telefónica. Y entonces hizo saber a la familia que un nuevo miembro estaba por nacer.

Los padres celebraron el nacimiento junto a Marcos y su esposa, excepto por el pequeño hermanito que tuvo que conformarse en casa con un par de postales que usó para adornar el espejo de clóset.  



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