R. M. Millán

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Migrar hacia adentro... o inmigración (monólogo)

Crear una crítica real de los que somos sin que parta del reflejo de una queja, de una decepción sino de la necesidad de crecer por fin.


El mundo está siendo bombardeado. Punto. Lo pueden entender literalmente: países que se atacan entre sí, algo que no ha cambiado en años; pero las armas que arremeten contra la esencia de lo que somos las hemos construido en talleres del corazón y el resentimiento.

¿Por qué es tan complicado amarnos? Porque todavía no hemos aprendido a amar a los demás.

Migrar hacia adentro es un desplazamiento desde el plano físico al plano real. Entiéndase por plano físico la plataforma que me sostiene: el ego, la negación, la incredulidad, el chalequeo; entiéndase como plano real el vacío sin nombre que nos apadrina: la identidad oculta de nosotros mismos.

Empecemos desde lo macro para que lo micro no sea necesario explicarlo: soy venezolano, mi plano físico es el Salto Ángel, ese lugar que nunca he visitado, pero alardeo de amo y señor por todo el mundo, mientras que mi plano real es una arepa, mi alimento, lo tangible, lo que llena y me nutre en realidad.

Si yo me separo de mi plano físico empiezo a entender la felicidad mucho mejor, porque es la mía la que encuentro. Me alegro por la felicidad del otro, por supuesto, no siento envidia de quien es feliz, pero sí me genera duda no encontrar la mía. Y, pues, si tapo todo lo que soy con la inmensidad del Salto Ángel, entonces cómo me encuentro si me obligó a reflejarme en algo que, en verdad, no soy.

Aceptarse como individuo es tarea difícil. Nadie está preparado para enfrentar la soledad desde ningún plano. Solo los que estamos obligado a vivir en soledad, las aceptamos con el tiempo, la respetamos. La soledad no es un capricho, es una lección, es una sombra de la adultez. No es un regalo ni una fortuna, hay que saber entenderse dentro de la soledad para no confundir los deseos animales con nuestra capacidad de sentir. Estar solo es un dilema eterno, porque cuando cierras los ojos, cuando ves hacia adentro, cuando te encuentras en ti, notas que llevas toda la vida viviendo solo.

Un ejercicio: ¿cuántas personas tienes que juntar para confesar que lo has dicho todo? No sé si entiendes mi pregunta, así que la reformulo: ¿Lo mismo que "tu mejor amigo" sabe de ti es lo que sabe tu mamá, tu primo, tu hermano, el del café cuyo nombre no recuerdas? Y de todas las cosas dichas, ¿Cuántas fueron verdades consolidadas y no expectativas de lo que te creías capaz?

Así empezó mi viaje hacia mí. Al principio tuve miedo porque creía que era algo egocéntrico. Y sí, eso fue, estaba viajando al centro de mí mismo (el ego). Muchas veces creí que estaba mal, hasta que entendí que no sería nunca capaz de ayudar a alguien si no era capaz de ayudarme a mí primero. Los gritos más fuerte de auxilio que he escuchado vinieron de mí mientras dormía. ¿Cuántos de ustedes se han escuchado mientras duermen? Así de poco nos cuidamos y nos valoramos. Pasamos una vida entera complaciendo atorrancias que nos acostumbramos a tenerle miedo a fallar, a equivocarnos, y cuando se nos agotan las municiones, culpamos a Dios.

Cuando dejé de culpar a Dios de los fracasos anticipados que cometí, me detuve, cerré los ojos y ahí encontré el camino. ¿Quieren saber qué encontré mientras me fui adentrando en mí? Que soy un chico con muchos miedos e inseguridades en el exterior, pero por dentro soy valiente. Me quedé con eso y sin darme cuenta, cada vez temo menos. He descubierto que la muerte me sigue quitando el sueño por fuera porque nunca llegaré a las dimensiones que recorro por dentro. De esa forma nació mi interés por conocer lugares del mundo y no las opiniones de quienes quieren acceso a mí.

Hay otra cosa importantísima que descubrí un día mientras hacía parada hacia mis adentros: yo creí por largo rato que la gente ya no me importaba, y no: me importa la gente y mucho, pero la gente que me importa ni siquiera lo imagina, y es que no tienen que saberlo. Mi prioridad no es que ellos se satisfagan de mi interés hacia ellos sino de lo que yo recibo de la gente que no me hace saber que soy importante para ellos. Si el mundo está lleno de gente buena o mala, eso no me importa, Dios no me hizo para ser juez de valores; pero si puedo calmar mi sed para hidratar a alguien más, sabré que estoy haciendo algo importante de verdad.

Esta es mi fuente de hidratación para ustedes. El verdadero migrante no salió de su zona a competir ni pasarla mal, eso es algo que pudo haberle tocado sin moverse de donde estaba; el migrante que regresó sin haber cambiado su perspectiva del mundo perdió su viaje, el que llegó criticando al que lo rodea, perdió su viaje, el que vino a darnos lecciones de vida, perdió su viaje. Puedo apostar que llegué más lejos viajando hacia adentro de mí que aquellos que llegaron a la luna y volvieron. Porque la meta no es quedarse o regresar, es crecer y ayudar.

¿Ahora les pregunto? ¿Cuántos de ustedes dejaron de oírme por un instante porque, inconscientemente empezar a viajar por dentro con los ojos abiertos? Y para eso no les hace falta renovar pasaporte. Ese intento de viaje inicio solo, pero nadie acá se sintió abandonado en esa soledad. A eso me refería antes, eso es aceptar la soledad con madurez, porque no tienen que abandonarte para conocer la medicina del amor propio. No hay que ser autocompacientes y arrinconarse de la lástima, no. Se trata de llegar adentro, de sentarse en el piso de nuestra vulnerabilidad y mirar, en realidad, hacia afuera.

Recuerden ahora, todos, que para migrar no hay que mover los pies sino la conciencia.

 


Cuento


¡Silencio! 

Ahora que por fin dejaron de hablar, aclaro que soy huérfano e inmortal, aburrido del mundo y su necesidad por acreditarse orígenes al azar. ¡Me han bautizado de tantas formas, que he llegado a dudar de mí mismo! Me moldean caprichosamente, me halan del pelo -si es que alguna vez tuve- para pavonearse de haberme como modelo entre cuadros y líneas. 

La verdad es que soy huérfano e inmortal, tan antiguo como para revelar cuán hijo era Cristo de su Dios. Si soy hijo del mío, entonces eso no nos convierte en hermanos... Quizá primos lejanos. Pero, conmigo eso no ha menester. Ya quisiera yo que el mundo me respetara de la misma forma, pero me creen tan suyo, que ni siquiera consideran mi antigüedad. ¡Sin mí no hubiera humanidad! Deberían llamarme su dios, mi omnipresencia me caracteriza; así afirmen conocerme, son calumnias y nada más... 

Espero no incomodarlos con mi precisión, pues, soy de los que no divagan entre adjetivos impuros ni planta banderas divisorias. En cuanto a ustedes, ¡llámenme por mi nombre y no se mofen de apellidar partos de ficción!

martes, 14 de julio de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: NEUTRO

El transcurso del día ha sido agradable, tranquilo y repleto de voces infantiles corriendo los pasillos del barco. La noche se ruborizó de tantos elogios y no veo ya las estrellas. Hasta en eso he sido imprudente y apresurado. Quizá me ha pasado como en veces anteriores, le he hecho creer que mi manera de admirar es, por el contrario, un gesto de sentimiento profundo. Me pasa con frecuencia, lo que en ocasiones se convierte en una tortura porque alejo de tanto hablar o admirar.

Tanta ha sido la vergüenza de esta noche que ha llovido con vientos violentos, las cortinas impermeables no han subido sino un par de veces que de nada han servido. Me escabullí a la proa y ahí observé una luz titilante que me levantó los pelos de la piel y me robó la sonrisa. Al final, como en muchas de estas escenas, terminó siendo un espejismo provocado por mis mismas ganas de ver las estrellas; una lancha de pesca nocturna navegaba en calma mientras mi barco sigue acercándose a Manaos.

El cielo sin luz es como yo sin tintero, un papel poco útil que espera adornarse con maravillas y nuevas formas de seducir.

La luz no solo entorpece los planes de la inquieta oscuridad, también canta melodías que lleva tiempo descifrar y, más aun, comprender. La oscuridad es buena para los desvalidos. Cuando tenemos penas que llorar y pasar desapercibidos, la oscuridad se vuelve una habitación de bienvenida, pero por el único costo de entregarle lágrimas, cristales de sal humana con las que construyen minerales en sus paredes mohosas; la oscuridad colecciona melancolías que endurecen con el tiempo, no se evapora sino que asfixia las esperanzas. Eso es lo que siento ahora que no veo el cielo con su traje de lentejuelas.

Me han dicho que mañana llego a mi destino a las dos de la tarde, y sé que una parte de mí sentirá despecho por no volverse a encontrar con la antigüedad mejor conservada de nuestro planeta. Voy a abrir un nuevo archivo en mí que estará dedicado a las miles de formas de extrañar lo ajeno, lo que nunca me perteneció así siga sintiéndolo mío. Es que a fin de cuenta, nadie me lo arrebatará porque nadie me negó nunca la propiedad que hoy reclamo por derecho.

El cielo se me ha perdido como la aleta fugaz de una tonina que pasó frente a mí mientras esperaba la cena, como la anaconda que esquivó el motor, como las aves que nos miran desde las ramas donde anclaron sus nidos... serpenteando mientras nos movemos, también se pierde el camino del ancho río, se pierden las risas, pero nunca los pasos que se hunden bajo el agua tormentosa. Un recuerdo bien guardado no quedará a merced de los curiosos, quedará donde criaturas fieles entreguen sus vidas por conservarlo para siempre.

El cielo no es más misterioso que el agua del río ancho ni la del amplio mar, pero sí más enigmático y romántico, es más vulnerable a ser atraído muy a pesar de sus centinelas; el cielo no es una princesa prisionera del destino, es un alma tímida que prefiere alejar lo que sea que pretenda penetrar su armadura de cristal.

No me ha quedado de otra que resignarme y apoyar el cuerpo en la balanza de esta hamaca humilde que me abraza y protege del frío más limpio que alguna vez volverá a limpiar mi interior, me acostaré a imaginar y caer en cuenta de que por dentro ha despertado la voz que mejor habla en mí, la que narra lo que otros viven, lo que mis ojos viven, lo que mi corazón vive.

martes, 23 de junio de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: DÍA CUATRO

Hoy, el día también es diferente, creo que el más frío hasta ahora, quizá por la lluvia prolongada de ayer. Cuando miro a tierra firme, una película densa de neblina me impide llegar a la nitidez de los árboles. Es extraño sentir frío y calor al mismo tiempo, la humedad de la selva te arropa la piel, lo que está bajo la ropa suda sin dejar de erizarte del frío. Si prestas menos atención, culparías al navío, te declararías enfermo de rutas marinas, pero yo no sufro de mareos, no hay velocidad ni oleaje suficientes que desestabilicen mi cordura.

Un par de extraños al que me acerqué hace dos noches ha estado compartiendo su desayuno conmigo, un colombiano -diría yo que promedio a mi edad- y una trigueña de buen español y portugués, nacida en Brasil; y además de comida, se comparte besos.

Sigo insistiendo desde mi hamaca por encontrar tesoros vivos en tierra firme, pero apenas y veo troncos largos y delgados que simulan rayos capturados por el tiempo, estáticos por los próximos miles de años.

Espero con muchas ansias llegar a casa de mi familia, descansar y, seguramente, hablar de los viejos tiempos, los que vienen y lo mucho que han crecido los niños, salir a conocer gente sin llevarme un mal recuerdo de este país; quiero mantener esta castidad pasional para seguir devorando las partes traseras de las copias de mi documentación. Espero encontrarme con la gracia de varias ciudades del mundo y muchos embajadores de la buena voluntad que se sumen al repertorio de esta narración encendida con los motores del verdiblanco La Esmeralsa que me ha devuelto el espíritu.

Y si mi instinto no me miente, es probable que en un futuro cercano regrese a convivir con una tribu indígena que no sienta rechazo por la civilización.

En medio de tanta maquinaria y desarrollo, mi alma también se había convertido en acero.

Viajar es una experiencia hermosa, sí, pero puede hacerte perder la cabeza como cualquier otro tipo de hermosura. Siempre digo que viajar me rejuvenece, ahora, lo que creo es que me devuelve tanto la felicidad que me hace más sabio, menos extrovertido aunque más confiado, también más precavido. Viajar se ha convertido en una forma de perdonarme, es un santuario donde no se encienden velas, es más que un acto, es un lugar de reencuentro y me complace haberlo descubierto. Así sea para muchos una gran estrategia para ensanchar sus cuentas -bancarias o sociales- para mí es ya una inversión de tiempo, el banco donde deposito mis pecados, donde rindo cuentas a Dios; la factura de todo esto queda a merced de mis sentidos, que al combinarse con mis recuerdos, crean fantasías de realidad donde el tronco de un árbol se disfraza de blanco para parecer un rayo dentro de la tormenta, aquí en medio de esta calma, por ejemplo- también pudiera decir que me ha servido para comprender que una lengua no es una barrera como la describen sino un segmento divertido de un juego donde armas los rompecabezas más interactivos de la humanidad.

La calma que me da saber que regresaré a la cotidianidad del caos al que pertenezco es bastante desalentadora, pero me da el motivo más suficiente para construir una brecha amazónica en mi vida dentro de la civilización. No soy capaz de señalar a "los avances de la humanidad" por mi distracción, culpo más bien a la costumbre de la premura que me lleva por un camino directo al vacío de mi tumba.

No quiero acostumbrarme a nada sino a alguien que acepte por normal mi escasa cordura, que se una a mis cuentos de hada para desaparecer juntos en la perfección de estos jardines rociados con polvos del universo. Si hay alguien más así, sepa que no está solo, que estamos ocultos como la magia que hace realidad nuestros deseos.

Y aunque esté a horas de culminar con esta terapia, estaré siempre a un segundo de volver a perder el rumbo como me ha pasado antes y como también les pasa a ustedes.

jueves, 4 de junio de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: DÍA TRES

Siento que me estoy obligando a trasladar mis sentimientos a otra cámara solo para parecer justo, menos culpable con quien hoy ocupa un lugar privilegiado en mí. Para apaciguar el crimen, estuve preguntándome si volvería a hacer este viaje y me respondí que en compañía sí, que lo haría sin problema, aunque no sé si solo, de contar con las herramientas que ignoré la primera vez, creo que sí; cada vez siento más tranquilidad, incluso en mi cuerpo veo reflejados los efecto de la calma, mi mente se ha organizado, mi piel se regenera y han sido días en los que no me ha agobiado la adicción sexual, que ya empiezo a creer que no es tan adicción sino otra de las mentiras que mencionaba ayer.

Desde mi hamaca, la baranda superior oculta la línea de un horizonte salvaje, la abertura de abajo me muestra el plateado tranquilo del Amazonas cual lámina de hielo quieta bajo la inmensidad del cielo azul. Descubrí rostros de criaturas fantásticas, animales milenarios e invenciones en el molde de las nubes. Por supuesto, miré de nuevo las estrellas que traspasaban la superficie del agua. Recuerdo que antes de dormir, le pedí a Dios que me concediera un momento a solas con su hijo Jesús para que me mostrara en una escala de peor a menor mis fallas humanas, le pedí que fuera muy claro para saber cómo trabajar en ellas. Caí en un sueño profundo que no recuerdo. Desperté con la idea de que debía sentarme a escribir algo a quien me acompañare en mis aventuras de amor. Aquí me encuentro ahora pensando en las miles de cosas que pudiera decir, pero no es eso lo que quiero expresar sino lo que en verdad siento. Y al igual que las veces anteriores, seré honesto sin piezas incompletas que me endeuden con la mentira ni la cobardía de no hablar:

Lo que siento es tan diferente como la lluvia que hoy cae, se puede ver y tocar porque entre nosotros no hay barreras físicas que lo impidan. La fragilidad de esta relación existe desde su inicio, oficializamos apresurados algo que no tenía nombre aún porque otro nombre seguía pronunciándose. Siento, antes que todo, admiración y rangos de compatibilidad, algunas malinterpretaciones, además de ganas de descubrirnos y enseñarnos; siento el mayor compromiso de lealtad que alguien hubiera depositado en mí y eso construyó un legado de simpatía que se fue convirtiendo en cariño y amor. No es la mayor fuerza de amor que me haya tambaleado, pero sí la certeza, la honestidad, la transparencia en alguien que me oxigena las esperanzas y me hace creer en el futuro, en las metas, en todo lo que pudiera imaginarme. 

También siento compatibilidad, creo que se convirtió en la lucha más exigente y por la cual todavía sangro, me da placer derramar este tipo de sangre por 'un nosotros eterno".

Por último, siento que no hemos sido justos ni balanceados, no por mala intención sino por creernos dueños de la verdad. La relación pasó a un segundo plano, nos enfocamos apenas en simples intereses, nos unimos por un propósito material, o espiritual, y sin querer, dejamos que el resto de nuestras plazas cayeran en un sueño más profundo, tanto que parece que hubiéramos dejado de sentir. Pero una relación no está viva solo cuando se sonríe, también cuando se llora, una relación palpita... y, al menos para mí, ese es el pálpito que ahora me sacude el corazón, el de la desesperación por despertarnos, de animarnos a volar más alto de lo que mis pies hayan alcanzado sin que haya necesidad de comparar, que sea evidente y se pueda celebrar. Eso siento, ganas de no perder lo que tengo ni lo que siento; eso siento, desespero por tanto luchar y nunca encontrar la tregua. Eso siento.

miércoles, 3 de junio de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: DÍA DOS

Tuve un despertar literario, como me ha venido ocurriendo durante el mes de diciembre. Cuando escribía, pensaba en mi forma de sentir y en quien merece lo que siento, la culpabilidad de no corresponderle a quien más ha luchado por eso. Me hizo bajar la cabeza en un instante cuando admiraba las estrellas. Sentir cosas buenas también da malos resultados, pero he dado hasta lo que no tengo por ser fiel en mi manera de querer. No he dejado de querer, pero recordé que no es imposible reconstruir formas de amar. Todos merecemos, necesitamos experimentar las incongruencias del corazón así vengan por caminos improvisados. A primera lectura parece que hablo de alguien y que a ese alguien amo... la verdad es que no. He aquí el mayor de los dilemas, comparto la vida con alguien que se ha empeñado en amar a su manera como si el esfuerzo fuera un mérito emocional; sin embargo, se ha mantenido fiel a esa forma de hacerlo. Hay alguien más que ha puesto resistencia al escuchar de mis labios la certeza que ahora les comparto: "no pretendo fracturar mi relación, nos veo juntos a muy largo plazo". Quien lo escuchó ha hecho resonancia de esto en paráfrasis de prevención que chocan con otra afirmación suya, que tampoco va en contra de lo que confesé ni lo que profeso.

Por un instante, me creí capaz de controlar mis emociones, tanto que hasta lo dije en voz alta. Cuando tomo riesgos como estos, el destino me abofetea, y ahora, en el silencio festivo de este viaje, escucho la batalla campal que me ha desestabilizado por dentro. A pesar de no saber lo que siento ahora, sí se cómo me siento: bien. Me siento bien por mí porque creo que soy alguien que se rinde ante el sentir. Pero, he estado apagado por dentro durante muchos años, he estado refugiado en la incredulidad de haber perdido la vida esperando que alguien sintiera por mí las mismas cosas que he sentido yo por alguien más. También sé que me siento mal; conozco varios niveles de egocentrismo proporcionales a mi generosidad. En comparación, ambas partes hemos sido peligro y daño al mismo tiempo que cura y vida.

Sentir, mucho o poco, bueno o malo, es lo único que le da sentido a mi manera de ver la vida y vivirla. Todo aquel que logre despertarme recibirá mis líneas de desahogo así no las vea o llegue a saber que protagoniza la trama que reposa en sus manos.

Por más que sigo subestimando este viaje, en el fondo sé que era necesario. Una voz familiar me predijo que me encontraría con mi paz espiritual y así fue, la reafirmación más fehaciente de que he despertado por dentro, he transcendido a otros terrenos y sonrío porque me reencuentro con el mismo Dios.

Para mí los días nunca han sido demasiado largos o lentos, ni siquiera estos en los que reposo la cabeza y al cerrar los ojos, miles de rostros con historias fascinantes se cruzan frente a mí. Cuando digo que siento desánimo, no es sino desespero de mi malacostumbrado cerebro. No diré que es este el mejor viaje que he tenido en soledad, pero sí el más largo y regenerador. No estuviera seguro de lo que siento si no fuera por la forma tan rápida en que he empezado a sanar.

Ante la vista, todo tiene defectos; ante el corazón, no hay forma de engañar lo que se siente... ni yo que me he vuelto un experto en autoengaños, he afinado mis tácticas y mi discurso análogo. Nada de eso se compara con la verdad que me estremece el cuerpo a toda hora. No sé si sea capaz de camuflar esta verdad con porciones de mentira u omisiones cancerígenas. Si me permito ser honesto desde ya habrá muchas cosas que cambiar, pero los cambios serán realidades que coincidan con lo que siento así las personas no sean las que ahora me rodean.

Así como el curso de este testimonio me encuentro por dentro, inestable y sin rumbo fijo, son pocos aunque constantes los nombres que en mí se repiten, los que me han conducido a este viaje de reflexiones, de aprendizajes y enseñanzas eufóricas.

domingo, 31 de mayo de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: ESTRELLAS DEL AMAZONAS

Siempre he hablado de mi admiración por el cielo y lo mucho que me gustan los ríos. Pues, he descubierto algo que antes no se me había ocurrido.

La primera noche que viajé por el río Amazonas, noté una particularidad que me hizo reconsiderar la magnitud de mi ya comentada atracción, sobre el agua oscura se reflejaba la luz de las estrellas más osadas.

Mi impresión, al inicio, fue más bien incredulidad. Miré a los lados del barco, arriba no porque ahí venía yo, y para mi sorpresa, no encontré luz que coincidiera con la maravilla que me paraba los pelos. Conté siete, en frente de mí se encontraba la más grande, bailaba como una sirena bajo las olas, a veces parecía un cardumen de peces y a los lados, unos cuantos depredadores con menos brillo la acechaban sigilosos.

El cielo no era oscuro ni infinito, era una festividad que me hizo reconsiderar lo que alguna vez opiné de los alumbrados de las ciudades... no pude estar más equivocado. Yo era el pasajero que dormía en el piso, mi testarudez me hizo una mala jugada y terminé siendo el único sin una hamaca donde dormir, pero di tantas gracias a Dios y a sus coincidencias por regalarme el ángulo perfecto desde donde todavía admiro los caminos de luces que parpadean para dibujar callejones temporales. No había luna esa noche. Fue la luz de las estrellas quien delató la silueta de las orillas. Y aunque me duela decirlo esta vez, no hizo falta la luna.

El universo es tan perfecto, que nos llega su perfección a los afortunados que nos tomamos tiempo para admirarlo. La luna se oculta para que otras luces también conduzcan el tráfico de nuestras sorpresas. Cuando la luna se refleja sobre el agua, no hay predadores que acechen, ella es suficiente para estar, no ciega como el sol, pero sigue estando sola. Las estrellas trabajan más en equipo, se solidarizan; sin embargo, después de pensarlo mucho, me da la impresión de que son más bien precavidas, pues estas reuniones no se ven a menudo ni en todos lados, no se ven en el mar, por ejemplo, sino donde pocos las notan. Mientras el sol y la luna se aturden entre sí, las estrellas del Amazonas arman estrategias de conquistas asertivas que incluyen bailes de sirenas. No sé cuáles ni cuántos serán los ríos que permiten estas reuniones celestiales, pero qué suerte la mía haber venido a verlas danzar.