R. M. Millán

sábado, 5 de marzo de 2016

El hombre de la casa de concreto

     Un hombre cansado de la transparencia y la irregularidad de su ciudad descubrió la magia e importancia oculta del concreto en la ingeniería de su sociedad donde todas las casas eran de cristal y los edificios eran construcciones utópicas que los gobernantes describían de triviales y caóticas.

     El hombre se sentía diferente de quienes le rodeaban y en un acto de rebeldía levantó paredes a cuatro extremos y techó la obra de los curiosos. Al día siguiente, tocaron a su puerta. Le extrañó que no fueran vecinos. Era la primera que veía al alcalde y al presidente en persona. Los invitó a conocer el interior y explicó cómo había dado con los beneficios del concreto. Los gobernantes interesados creyeron posibles los edificios y sintieron miedo. No creían conveniente que otros durmieran en niveles más elevados.

     El hombre juró silencio y en cuestión de días se enteró de una propuesta que los del gobierno ofrecían a la ciudad: la era el concretó llegó sin permiso.

     El hombre caminaba confundido, no se acostumbraba a las sombras verticales, los vecinos envejecían más evidentemente y el hedor de los nacientes callejones le estropeaba el viaje. Al final de la última avenida de la ciudad el hombre descubrió un tumulto de paneles de cristal que usó para remodelar su hogar. Tres días más tarde el alcalde y el presidente tocaros a su puerta una vez más.

     El hombre se sorprendió al escuchar que debía reconsiderar el concreto o dejar la ciudad de inmediato, pues los vecinos sentían incomodidad cada vez que desde su ventana observaban cuando el hombre hacía uso del baño.


     El hombre se rascaba la cabeza confundido, pero ahora más convencido de que nunca había pertenecido a esa ciudad, tomó sus pertenencias y se fue a vivir al bosque, donde todo era gratis menos la compañía, razón que lo obligaba a visitar los callejones con hedor a mujeres y hombres poco deseados por la sociedad. 


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