Un
hombre cansado de la transparencia y la irregularidad de su ciudad descubrió la
magia e importancia oculta del concreto en la ingeniería de su sociedad donde
todas las casas eran de cristal y los edificios eran construcciones utópicas
que los gobernantes describían de triviales y caóticas.
El
hombre se sentía diferente de quienes le rodeaban y en un acto de rebeldía
levantó paredes a cuatro extremos y techó la obra de los curiosos. Al día
siguiente, tocaron a su puerta. Le extrañó que no fueran vecinos. Era la
primera que veía al alcalde y al presidente en persona. Los invitó a conocer el
interior y explicó cómo había dado con los beneficios del concreto. Los
gobernantes interesados creyeron posibles los edificios y sintieron miedo. No
creían conveniente que otros durmieran en niveles más elevados.
El
hombre juró silencio y en cuestión de días se enteró de una propuesta que los
del gobierno ofrecían a la ciudad: la era el concretó llegó sin permiso.
El
hombre caminaba confundido, no se acostumbraba a las sombras verticales, los
vecinos envejecían más evidentemente y el hedor de los nacientes callejones le
estropeaba el viaje. Al final de la última avenida de la ciudad el hombre
descubrió un tumulto de paneles de cristal que usó para remodelar su hogar.
Tres días más tarde el alcalde y el presidente tocaros a su puerta una vez más.
El
hombre se sorprendió al escuchar que debía reconsiderar el concreto o dejar la
ciudad de inmediato, pues los vecinos sentían incomodidad cada vez que desde su
ventana observaban cuando el hombre hacía uso del baño.
El
hombre se rascaba la cabeza confundido, pero ahora más convencido de que nunca
había pertenecido a esa ciudad, tomó sus pertenencias y se fue a vivir al
bosque, donde todo era gratis menos la compañía, razón que lo obligaba a
visitar los callejones con hedor a mujeres y hombres poco deseados por la
sociedad.
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