Ya perdí el sabor del
mar, quedó atrapado en un resfriado de mi niñez. Ahora el mar me corta los
labios y no es cálido por las mañana; ya las ansias metamorfaron e intrigas
rebotan con cada puerta de sol en el horizonte, la salitre se ha convertido en
escamas y la espuma en ácido traicionero que alberga medusas venenosas que
seducen con su transparencia y tentáculos.
El sabor del mar ya no
toca mi lengua, en cambio se apresura hasta la córnea de mis ojos y me irrita
la esperanza. La sal, que de niño disfrutaba mezclar con la arena, se ha vuelto
trozos de vidrio camuflada entre las piedras que me descuartizan la palma de la
mano.
El mar ya no es amigo
del sol.
Y el sol que ni amigo
de alguien más algún día fue arremete contra la ligereza de mi piel para
librarse de las artimañas del reflejo del mar.
El mar ha perdido su
sabor y yo la sensibilidad que nada más él me provocaba al escuchar su nombre
en días de fiesta. El mar maldijo mi inocencia y creó en mí una dependencia. El
mar nunca ha tenido sabor alguno o cordura alguna yo jamás tuve, pero observar
el mar no era lo que antes más me atraía porque con apenas verme, el mar oleaba
de alegría, pero ahora es calmo a mi vista y traicionero a mi espalda, ya dejó
de ser azul de día y plateado en el alba.
El mar ya no me pausa,
él más bien me secuestra, y cuando apenas dejo de alucinar ya no siento el
sabor del mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario