R. M. Millán

sábado, 5 de diciembre de 2015

El sabor del mar

Ya perdí el sabor del mar, quedó atrapado en un resfriado de mi niñez. Ahora el mar me corta los labios y no es cálido por las mañana; ya las ansias metamorfaron e intrigas rebotan con cada puerta de sol en el horizonte, la salitre se ha convertido en escamas y la espuma en ácido traicionero que alberga medusas venenosas que seducen con su transparencia y tentáculos.

El sabor del mar ya no toca mi lengua, en cambio se apresura hasta la córnea de mis ojos y me irrita la esperanza. La sal, que de niño disfrutaba mezclar con la arena, se ha vuelto trozos de vidrio camuflada entre las piedras que me descuartizan la palma de la mano.

El mar ya no es amigo del sol.

Y el sol que ni amigo de alguien más algún día fue arremete contra la ligereza de mi piel para librarse de las artimañas del reflejo del mar.

El mar ha perdido su sabor y yo la sensibilidad que nada más él me provocaba al escuchar su nombre en días de fiesta. El mar maldijo mi inocencia y creó en mí una dependencia. El mar nunca ha tenido sabor alguno o cordura alguna yo jamás tuve, pero observar el mar no era lo que antes más me atraía porque con apenas verme, el mar oleaba de alegría, pero ahora es calmo a mi vista y traicionero a mi espalda, ya dejó de ser azul de día y plateado en el alba.

El mar ya no me pausa, él más bien me secuestra, y cuando apenas dejo de alucinar ya no siento el sabor del mar.

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