El mayor testigo de
los actos ocurridos en la
historia de la
humanidad no es otro más que el tiempo mismo.
El tiempo va, huele
y escucha,
y sin darnos
cuenta nos va tocando poco a poco
hasta que ya es muy
tarde
para notar el
impacto que ha dejado sobre nosotros.
Andrea, al igual
que nosotros, jamás pensaba en el tiempo. Mucho menos en sus consecuencias.
Ella simplemente se recostaba y esperaba que la puerta del cuarto se abriera
para luego contemplarla al ser cerrada. Así fue repitiéndose por mucho tiempo
hasta que un día la manilla comenzó a girar mientras se abría la puerta con
timidez. Una mano conocida se asomó. Andrea fijó su mirada en el anillo que
vestía el dedo anular en dirección al interruptor que apagaría las luces.
Andrea comprendió el mensaje y decidió acomodarse sobre la cama. Toma el
control remoto y acaba con la poca iluminación que el televisor brindaba a la
habitación. La puerta se abre por fin casi completamente a medida que la tenue
claridad proveniente del interior de la casa revela la figura de su esposo. La
excitación se apoderaba de sus cuerpos. Ella, acostada, posaba su hermoso
cuerpo provocativamente sin quitarle la mirada en ningún segundo a su marido.
Él fue acercándose cada vez más, inclinando su cuerpo hacia ella. La besa por
largo rato. Ella apresura el paso quitándose la ropa. Él, con menos prisa, se
deshizo del saco que vestía, fue desatando su correa y retirándose la camisa.
Andrea se levanta, pero la imposibilidad de alcanzar sus labios la obliga a
besarle el pecho en descenso y al ligero intento de tocar su cuerpo, el hombre
la atrapa por las manos y la recuesta nuevamente en la cama. Era entonces su
turno de recorrerla con los labios para a continuación levantarse y desnudarse
casi por completo. Ella, ahora desnuda, lo invita a seguir. Él la sigue besando
mientras su mano la complace. Su mirada se pierde tras la excitación y la
oscuridad. Sus ojos se cierran. Él, invadido de nervios, aprovecha para
desnudar su arma y llegar al acto más importante. Andrea suelta un grito de
dolor. Él la entiende, pues es la primera vez que experimentan tal acto. Él la
nota un poco adolorida, pero no puede detenerse. Lo hace una, dos, tres y
tantas veces que no puede controlarse. Un último grito le advierte que ya todo
acabó. El hombre se levanta extasiado y se dirige al baño. Se baña. Observa la
sangre sobre sí, pero sin mayor problema la retira. Lava ahora su arma y la
envaina en un estuche de cuero negro. Se viste. Al salir del baño echa un vistazo
a la cama por última vez, con la mirada fija en una luz titilante que provenía
del teléfono de Andrea. Toma el teléfono y al abrirlo lee un mensaje: -“Hola,
preciosa. Avísame cuando tu esposo se haya ido.”- Ignorando el cuerpo de su
esposa, dejó caer el teléfono sobre la cama nuevamente, abrió la puerta y la
manilla dejó de girar.
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