Rey. Así me llaman quienes en
marcadas y en punto se acercan a mí; quienes me niegan el nombre que adornaba
la cesta que Ana se quedó en mi llegada. Pero no me quejo de la ironía de mis
aguas porque de bautizo continúo sin haber. Pero no me quejo de la ironía de la
corona en mi cintura cuyas joyas se asemejan tanto que solo la diferencian unos
hilos que las separan una de la otra. Tanta es así mi atención, que muchos ojos
se posan en sobre mí al apenas dar un par de pasos que más grande en tamaño no
tiene el fuerte que entre tristezas me protege de los azotes bárbaros de mis
iguales. No hablar de mis desiguales.
Por
rey entiendo aquel que desde su ignorancia o quién sabe cuánta sapiencia,
controla lo que sus ojos alcanzan a ver y no más que eso porque más allá
gobiernan otros ojos que los del rey toman por nombre.
El
cetro lo llevo conmigo, a veces izado y otras tantas no, sin mango fijo por
dónde cogerlo, infiel a mis manos cuanto a otras bocas que senos y culos y
vaginas, pero siempre leal a mi imaginación. Mi imaginación y mi reino, porque
más que la mente misma no hay realeza a mi alrededor, que por nombre no gozo ni
de riquezas.
No
me sorprende si haya sido Ana, que además de lo físico envidió mi más por demás
y lo que todavía envidia mi cetro y no mi corona, pero sí mi demás.
A
mi edad cuento mis canas que no sé si tenga una, y espero empero que la
sorpresa de a mi frente asome la respuesta a lo que años atrás me torturaba por
curioso. Y por curioso vine a parar aquí, rey con corona y cetro, sin riqueza
ni reino, sin seguidores ni quien me odie. Curioso fui y los años me han
cobrado cada interrogante, y no lo afirmo así si por entre mis venas no
sintiera yo correr las penitencias que van desde donde no las siento hasta
donde me agonizan, hasta donde me emplacen por llorar o reír o toser.
Empiézome
in curioso cuando no la más importante duda había atravesado mi nostalgia y me
preguntaba entre ir y venir si algún zodíaco me apadrinaba o si por padre o
madre algún rostro vería, pero Ana a capito de mi inconformidad me dijo que
aquí llegué de gota y de lluvia, y cual si las gotas deslloviéndose, extraño
desde aquel día a la madre y al padre que por blanco o gris a mí me vieren
crecer.
A
dosier vino el dos y el tres también; si mi campana hubo de sonar en enero, el
tin tan no pudo haber sonado más que por un par de días, pero a oscuridad del
conteo de este lugar, ni por campana ni por campanero me sé.
Por
continuación aprendí a aprender y ni de vaina a olvidar porque quien vela
llevase o lámpara al menos, iluminaría a mí la cordura por equivocación. Conocí
de poco por poco al maestro y al culpable, que por estudioso fui a parar en
desdicha, sin padre ni fecha de nacimiento ni hora de llegada ni nombre por
origen, pero nunca bruto ni mal sabido, y solo sí malinterpretado.
Dormí
junto a Ana cuanto mi cuerpo metamorfizó los poros al exterior y en hebras dio
vida a mi humor. La curiosidad no quedó ahí, más bien se alimentó a mi
desbeneficio y con las lunas me preparaba en esquinados para apreciar la
montanidad de Ana que no por montañas mas por cerros a relieve dibujaba el
horizonte, y no entre ausencias de la multifacética quedaba Ana sola, pues en
la oscuridad mis ojos descansaban mientras mis oídos hacían de fiesta en vez.
Llegaba
de sombras y no de mudo quién desafinado mezclaba la melodía del lecho con la
impaciencia y la preocupación de Ana. Desentendía yo la música que por falta de
letra capturaba entonces las notas graves y en de menos las agudas. Ana y su
sombra en conjunto recitaban las canciones que no otro dueto jamás produjo en
mi inocencia, y feliz de mí sido lo hubiera de no ser por mis hebras que por
querer crecer se devolvían hasta que de canción y de melodía bailaba yo de trío
o de orgía, pues coreografía no faltó y más que testigo hube de acabar con el
dueto que me incluyó en el repertorio despermiso de respeto. Las manos de Ana, a mi vista, suaves y
limpias y a mi tacto tierra y lodo que a mi gusto oscuro fin ahora, uniéronse a
las mías engañándome para tomar de mí el cetro sin éxito de arrebato. Mi
aprecio alcanzaba el infinito cuando oscuro en techo disfrazaba y por alegre lo
conseguía de cuando en vez, pero vacilar por debajo innecesario fuera hasta que
de media o de toda regresara la más grande estrella. No la supe por Ana sino
por sombra, pero de curioso igual me preguntaba qué tanto ha de hacer mujer
como ella que me alcanzaba en la cama. Mis miembros de largas en largas estaban
prisioneros de movimientos, pero el aroma se escapaba de violento y de sudor.
Fue infiel mi cetro a su rey de por vez primera y en arrepentimiento ha de
estar en horas, pero rey aun yo era sin corona. Hasta que la luna en disimulo
tocó el marco de la ventana y que de Ana se acompañaba, me vi yo invadido de
ira y de pena cuando la sombra se abandonaba de mis piernas. Ana a lo lejos y
de cerca la sombra y con ella mis oídos y conmigo aún el tacto. Si por mí
entiendes tú disparate, interrogue pues a Ana quien prefirió mudarme con el Dr.
Botaco.
Yo,
en preferencia, le llamo de maestro. El Dr. que aquí menciono, su hermano y
colega y no a quien conozcas mejor que yo, escuchó de mí tanto pude dejar
escapar y con mentiras me enseñó lo bueno de volar. Que con mentiras sobreviví
ya que aire había menos donde fui creciendo. El maestro, su par, me escuchó de
Ana y de la sombra, y a sus metros bajaba la cabeza para observarme incrédulo y
yo narrando me permitía escuchar el arpa de su lástima, de que por notas caían
diamantes mas no a riqueza incrementaban sino a impotencia y a venganza. Mío se
convirtió su reposo y de lecho a él el mesedor, ya donde me escoltaba para
cerrar la caja de diamantes. Sus lentes, en portadas del libro de turno,
también estuvieron presentes incluso el día que él quedó por ausente.
El
Dr. maestro dio sombra con luz y entre conmoción solo Ana dio señales de
párpito, pues ni de sombra ni de Botaco quedó esperanza alguna. El maestro
viome por despedida en tardes cuanto ya nada o poco tenía para decirle, y le
dije por cambio de Ana y de sus cantos. Acto suficiente para el presto del
maestro que en cerca de Ana fue. Y se fue.
En
dos, uno adelante y otro detrás, llegaron doctores. Uno, no que por sombra, y
otro por maestro, que por segundo, a él hice entrega de mi descanso que nunca
fue mío sino de Botaco. De uno, un tres lo convertimos, y que de dos ya tenía
tiempo, pero entre charlas a mí mudas, de poco por poco cupimos todos; el
doctor por maestro en cama, quien no por sombra en el mesedor y yo por joven en
el suelo.
Escuchélos
hablar de medicina y de cómo el experimento había de ser, yo por curioso no
hube de preguntar, pero sí de por poco aprendí a aprender. Supe entrar a la
venenosa y las osas molidas en las coyunturas no era aceita a aplicarse sino D vitamínicos
y estos genos. A los que por más vivos las azules y picadas y a los que por
muertos las más blancas y rojas enteras. De los azules habrían de lucir a
sueñas y de los blanquirojos empepados o de una, muertos. Decíanse entre ir y
venir que por malsidos habrían de coronarlo sea con sedas o con palos. Así
mismo lo vi yo que de llanto por dentro inundado estaban los lacrimales, pero
de afuera por grande fui de piedra.
Ya
la luz se había encendido tantas veces y otras apagado que escuché en primicia
a cuyo nombre no me viene en mente, pues por mí fue señor y Dr. de siempre, que
si no tenía yo origen debía crearme uno. Y que me ayudaría de mucho él y con
Ana a él yo lo ayudase.
Así hice y
origen pido por él.
Escuche
atento ahora que de esto no quiero volver a hablar y si por mí fuera, borrara
de mi memoria. Me dijo Ana que no caminara sus lagunas, que el Dr. Spannight,
creo que así fuera su nombre, ya grande era. Tanto era por edad que de tamaño
ya iba en descenso, pero no aquel otro más joven y de atrás, de apariencia
calma y de poco discurso. Entre cinco y diez centímetros saltaba el piojo de
haberlos de mi cabeza a la suya, pero por rostro el mío más inocente además.
Mario.
Su nombre tan común como lo eran Ana y su nombre. No lo llamé nunca Dr. porque
así fue su petición y yo por obediencia tengo más que por nombre y persona.
Spannight
de Ana y Ana de Mario, pero Mario de Ana ni el saludo. Yo de ni uno ni del otro
y al mismo tiempo de quien pudiere.
Mario
me enseñó cuanto de medicina sabía y Spannight cuanto de intervenciones
aplicaba. El uno con las buenas y el otro con las malas. Aprendí y de poco por
poco y en experto me volví. Y por experto, ahora con usted heme aquí.
De
niño ya había a mí solo memoria, porque por cuerpo y deseo de mí no quedaba
curiosidad sino vergüenza, pues de mí por axilas ya tenía sobacos y ni de
miembro mas de pene y hombre y hasta de primate la cubierta.
Me
enseñó Mario la seda hasta que de seda fui a parar en el algodón desnudo y
erecto, con Mario a un lado y Ana al otro.
Tanto
como ignorarlo hubiera preferídolo yo, pero el de adelante depositó un desmadre
en sobre Mario y que por cabellos ya se había hecho con Ana. Yo seguía inmóvil
y más de por poco confundido, con el ¡Hijo!, con la ¡Puta! Y el ¡Marica! mis
intérpretes no hacían caso sino al tormento al otro lado de mis sienes.
De
mora acabé en el laboratorio hasta que resultado encontrasen, pero ya Dr.
Spannight me había cantado de concierto y de privado lo depravado que Ana y
Mario conmigo fuero en la indefensa. Quedéme en el conjunto de químicos y
cristales recordando lo que Mario mismo me pidió que evitare. ¡Evitar una
mierda! Y menos a quien de mí hizo abuso sin saber yo de tanto ni cuánto, que
ni de Ana por alcahuete ni de Mario por transparente. Y en doncella dejé el
ricino con azufre y licor de almendra por luces amarillas y otras blancas.
Cuando no hubo blancura en la penumbra serví de jugo al uno y a la una con
expresión de desagrado en la presencia.
Ana
y Mario caminarían con el maestro, su sangre, de no ser por ser más que yo
bastardos. Y no fuere yo más que el mismo otro de la familia sino hubiera sido
el sabio quien me diagnosticase, quien a oscuras de mi luz no supo nunca que
siempre supe yo qué reacción esperaba del desigual, pues de beneficio me sirvió
saber el saber de Mario y en des me sirvió aplicarlo a él. Dejóme de pupilo que
por entendido no fue jamás Dr. Spannight, a quien le agradezco con cada dentro
y fuera por haberme coronado, pues de no ser así más acompañantes hubiera
tenido aquel de atrás y aquella Ana común.
No
tiene que verme ahora cual desentendido, a luces de mi desgracia y que por Ana
no vino a parar aquí una menos hambrienta, que de mozo me tenía y al momento de
mi sanatorio solo por debajo me desvestía.
Así
de penitencia recorríanme por entre las venas y las venenosas la corriente que
mis pecados provocaban al hacer contacto con los suyos, agrupados en las yemas
de sus dedos.
Ana,
aunque por común y ausente e indispuesta a ser interrogada, podría gritarle
desde el calabozo lo nulo que fueron sus intentos de destronarme. Ella no fue
de mí lo que Mario ni sustituta ni sombra fueron, pero sí camino conductor de
mi desdicha.
Ahora,
por interno y no por criado, me tienes aquí a merced de angustia y de intriga,
como si intriga no supiera yo alguna que de padres carezco y existencia pura.
Dígame
usted, Dr. Botaco, siendo a ti mi disposición, ¿cuántos reyes han heredado
suerte que la mía? No tendrá respuesta, cierto, porque para hijo rey por
campana harán siempre falta padres reyes que campaneros. Y no por manicomio mas
por castillo y que de a menos provincia.
Ahora
soy a su merced lo que Botaco padre o Botaco hijo o hermano ha de hacer para
conmigo. Y solo he de cuestionar en molestia si me concedieras el honor que por
años, creo me he ganado: ¡descoróname que ni rey por Rey intento ser y por
Spannight, que no despertó de la excitación de la sustituta, pueda yo tener
origen mío y no impuesto! Desnúdame tú en lo alto que yo me defiendo por mi
cuenta. Y si por amentado me cree, solo voltee y no venga aquí a recordar mis
recuerdos que por humano, aunque usted los imagine, solo yo los siento.
Véngame
usted y sepa que de no ver yo sorpresa en su rostro ni aire de por encima, sé
que sobrevivo de joven y vida me espera al frente mientras unicolor el sol siga
y de muchas máscaras lo acompañe la luna. Acaba con mi desdicha y permíteme ver
lo buen de demás, y ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario