R. M. Millán

domingo, 23 de junio de 2013

La dicha de ser humano

                Rey. Así me llaman quienes en marcadas y en punto se acercan a mí; quienes me niegan el nombre que adornaba la cesta que Ana se quedó en mi llegada. Pero no me quejo de la ironía de mis aguas porque de bautizo continúo sin haber. Pero no me quejo de la ironía de la corona en mi cintura cuyas joyas se asemejan tanto que solo la diferencian unos hilos que las separan una de la otra. Tanta es así mi atención, que muchos ojos se posan en sobre mí al apenas dar un par de pasos que más grande en tamaño no tiene el fuerte que entre tristezas me protege de los azotes bárbaros de mis iguales. No hablar de mis desiguales.
                Por rey entiendo aquel que desde su ignorancia o quién sabe cuánta sapiencia, controla lo que sus ojos alcanzan a ver y no más que eso porque más allá gobiernan otros ojos que los del rey toman por nombre.
                El cetro lo llevo conmigo, a veces izado y otras tantas no, sin mango fijo por dónde cogerlo, infiel a mis manos cuanto a otras bocas que senos y culos y vaginas, pero siempre leal a mi imaginación. Mi imaginación y mi reino, porque más que la mente misma no hay realeza a mi alrededor, que por nombre no gozo ni de riquezas.
                No me sorprende si haya sido Ana, que además de lo físico envidió mi más por demás y lo que todavía envidia mi cetro y no mi corona, pero sí mi demás.
                A mi edad cuento mis canas que no sé si tenga una, y espero empero que la sorpresa de a mi frente asome la respuesta a lo que años atrás me torturaba por curioso. Y por curioso vine a parar aquí, rey con corona y cetro, sin riqueza ni reino, sin seguidores ni quien me odie. Curioso fui y los años me han cobrado cada interrogante, y no lo afirmo así si por entre mis venas no sintiera yo correr las penitencias que van desde donde no las siento hasta donde me agonizan, hasta donde me emplacen por llorar o reír o toser.
                Empiézome in curioso cuando no la más importante duda había atravesado mi nostalgia y me preguntaba entre ir y venir si algún zodíaco me apadrinaba o si por padre o madre algún rostro vería, pero Ana a capito de mi inconformidad me dijo que aquí llegué de gota y de lluvia, y cual si las gotas deslloviéndose, extraño desde aquel día a la madre y al padre que por blanco o gris a mí me vieren crecer.
                A dosier vino el dos y el tres también; si mi campana hubo de sonar en enero, el tin tan no pudo haber sonado más que por un par de días, pero a oscuridad del conteo de este lugar, ni por campana ni por campanero me sé.
                Por continuación aprendí a aprender y ni de vaina a olvidar porque quien vela llevase o lámpara al menos, iluminaría a mí la cordura por equivocación. Conocí de poco por poco al maestro y al culpable, que por estudioso fui a parar en desdicha, sin padre ni fecha de nacimiento ni hora de llegada ni nombre por origen, pero nunca bruto ni mal sabido, y solo sí malinterpretado.
                Dormí junto a Ana cuanto mi cuerpo metamorfizó los poros al exterior y en hebras dio vida a mi humor. La curiosidad no quedó ahí, más bien se alimentó a mi desbeneficio y con las lunas me preparaba en esquinados para apreciar la montanidad de Ana que no por montañas mas por cerros a relieve dibujaba el horizonte, y no entre ausencias de la multifacética quedaba Ana sola, pues en la oscuridad mis ojos descansaban mientras mis oídos hacían de fiesta en vez.
                Llegaba de sombras y no de mudo quién desafinado mezclaba la melodía del lecho con la impaciencia y la preocupación de Ana. Desentendía yo la música que por falta de letra capturaba entonces las notas graves y en de menos las agudas. Ana y su sombra en conjunto recitaban las canciones que no otro dueto jamás produjo en mi inocencia, y feliz de mí sido lo hubiera de no ser por mis hebras que por querer crecer se devolvían hasta que de canción y de melodía bailaba yo de trío o de orgía, pues coreografía no faltó y más que testigo hube de acabar con el dueto que me incluyó en el repertorio despermiso de respeto.  Las manos de Ana, a mi vista, suaves y limpias y a mi tacto tierra y lodo que a mi gusto oscuro fin ahora, uniéronse a las mías engañándome para tomar de mí el cetro sin éxito de arrebato. Mi aprecio alcanzaba el infinito cuando oscuro en techo disfrazaba y por alegre lo conseguía de cuando en vez, pero vacilar por debajo innecesario fuera hasta que de media o de toda regresara la más grande estrella. No la supe por Ana sino por sombra, pero de curioso igual me preguntaba qué tanto ha de hacer mujer como ella que me alcanzaba en la cama. Mis miembros de largas en largas estaban prisioneros de movimientos, pero el aroma se escapaba de violento y de sudor. Fue infiel mi cetro a su rey de por vez primera y en arrepentimiento ha de estar en horas, pero rey aun yo era sin corona. Hasta que la luna en disimulo tocó el marco de la ventana y que de Ana se acompañaba, me vi yo invadido de ira y de pena cuando la sombra se abandonaba de mis piernas. Ana a lo lejos y de cerca la sombra y con ella mis oídos y conmigo aún el tacto. Si por mí entiendes tú disparate, interrogue pues a Ana quien prefirió mudarme con el Dr. Botaco.
                Yo, en preferencia, le llamo de maestro. El Dr. que aquí menciono, su hermano y colega y no a quien conozcas mejor que yo, escuchó de mí tanto pude dejar escapar y con mentiras me enseñó lo bueno de volar. Que con mentiras sobreviví ya que aire había menos donde fui creciendo. El maestro, su par, me escuchó de Ana y de la sombra, y a sus metros bajaba la cabeza para observarme incrédulo y yo narrando me permitía escuchar el arpa de su lástima, de que por notas caían diamantes mas no a riqueza incrementaban sino a impotencia y a venganza. Mío se convirtió su reposo y de lecho a él el mesedor, ya donde me escoltaba para cerrar la caja de diamantes. Sus lentes, en portadas del libro de turno, también estuvieron presentes incluso el día que él quedó por ausente.
                El Dr. maestro dio sombra con luz y entre conmoción solo Ana dio señales de párpito, pues ni de sombra ni de Botaco quedó esperanza alguna. El maestro viome por despedida en tardes cuanto ya nada o poco tenía para decirle, y le dije por cambio de Ana y de sus cantos. Acto suficiente para el presto del maestro que en cerca de Ana fue. Y se fue.
                En dos, uno adelante y otro detrás, llegaron doctores. Uno, no que por sombra, y otro por maestro, que por segundo, a él hice entrega de mi descanso que nunca fue mío sino de Botaco. De uno, un tres lo convertimos, y que de dos ya tenía tiempo, pero entre charlas a mí mudas, de poco por poco cupimos todos; el doctor por maestro en cama, quien no por sombra en el mesedor y yo por joven en el suelo.
                Escuchélos hablar de medicina y de cómo el experimento había de ser, yo por curioso no hube de preguntar, pero sí de por poco aprendí a aprender. Supe entrar a la venenosa y las osas molidas en las coyunturas no era aceita a aplicarse sino D vitamínicos y estos genos. A los que por más vivos las azules y picadas y a los que por muertos las más blancas y rojas enteras. De los azules habrían de lucir a sueñas y de los blanquirojos empepados o de una, muertos. Decíanse entre ir y venir que por malsidos habrían de coronarlo sea con sedas o con palos. Así mismo lo vi yo que de llanto por dentro inundado estaban los lacrimales, pero de afuera por grande fui de piedra.
                Ya la luz se había encendido tantas veces y otras apagado que escuché en primicia a cuyo nombre no me viene en mente, pues por mí fue señor y Dr. de siempre, que si no tenía yo origen debía crearme uno. Y que me ayudaría de mucho él y con Ana a él yo lo ayudase.
Así hice y origen pido por él.
                Escuche atento ahora que de esto no quiero volver a hablar y si por mí fuera, borrara de mi memoria. Me dijo Ana que no caminara sus lagunas, que el Dr. Spannight, creo que así fuera su nombre, ya grande era. Tanto era por edad que de tamaño ya iba en descenso, pero no aquel otro más joven y de atrás, de apariencia calma y de poco discurso. Entre cinco y diez centímetros saltaba el piojo de haberlos de mi cabeza a la suya, pero por rostro el mío más inocente además.
                Mario. Su nombre tan común como lo eran Ana y su nombre. No lo llamé nunca Dr. porque así fue su petición y yo por obediencia tengo más que por nombre y persona.
                Spannight de Ana y Ana de Mario, pero Mario de Ana ni el saludo. Yo de ni uno ni del otro y al mismo tiempo de quien pudiere.
                Mario me enseñó cuanto de medicina sabía y Spannight cuanto de intervenciones aplicaba. El uno con las buenas y el otro con las malas. Aprendí y de poco por poco y en experto me volví. Y por experto, ahora con usted heme aquí.
                De niño ya había a mí solo memoria, porque por cuerpo y deseo de mí no quedaba curiosidad sino vergüenza, pues de mí por axilas ya tenía sobacos y ni de miembro mas de pene y hombre y hasta de primate la cubierta.
                Me enseñó Mario la seda hasta que de seda fui a parar en el algodón desnudo y erecto, con Mario a un lado y Ana al otro.
                Tanto como ignorarlo hubiera preferídolo yo, pero el de adelante depositó un desmadre en sobre Mario y que por cabellos ya se había hecho con Ana. Yo seguía inmóvil y más de por poco confundido, con el ¡Hijo!, con la ¡Puta! Y el ¡Marica! mis intérpretes no hacían caso sino al tormento al otro lado de mis sienes.
                De mora acabé en el laboratorio hasta que resultado encontrasen, pero ya Dr. Spannight me había cantado de concierto y de privado lo depravado que Ana y Mario conmigo fuero en la indefensa. Quedéme en el conjunto de químicos y cristales recordando lo que Mario mismo me pidió que evitare. ¡Evitar una mierda! Y menos a quien de mí hizo abuso sin saber yo de tanto ni cuánto, que ni de Ana por alcahuete ni de Mario por transparente. Y en doncella dejé el ricino con azufre y licor de almendra por luces amarillas y otras blancas. Cuando no hubo blancura en la penumbra serví de jugo al uno y a la una con expresión  de desagrado en la presencia.
                Ana y Mario caminarían con el maestro, su sangre, de no ser por ser más que yo bastardos. Y no fuere yo más que el mismo otro de la familia sino hubiera sido el sabio quien me diagnosticase, quien a oscuras de mi luz no supo nunca que siempre supe yo qué reacción esperaba del desigual, pues de beneficio me sirvió saber el saber de Mario y en des me sirvió aplicarlo a él. Dejóme de pupilo que por entendido no fue jamás Dr. Spannight, a quien le agradezco con cada dentro y fuera por haberme coronado, pues de no ser así más acompañantes hubiera tenido aquel de atrás y aquella Ana común.
                No tiene que verme ahora cual desentendido, a luces de mi desgracia y que por Ana no vino a parar aquí una menos hambrienta, que de mozo me tenía y al momento de mi sanatorio solo por debajo me desvestía.
                Así de penitencia recorríanme por entre las venas y las venenosas la corriente que mis pecados provocaban al hacer contacto con los suyos, agrupados en las yemas de sus dedos.
                Ana, aunque por común y ausente e indispuesta a ser interrogada, podría gritarle desde el calabozo lo nulo que fueron sus intentos de destronarme. Ella no fue de mí lo que Mario ni sustituta ni sombra fueron, pero sí camino conductor de mi desdicha.
                Ahora, por interno y no por criado, me tienes aquí a merced de angustia y de intriga, como si intriga no supiera yo alguna que de padres carezco y existencia pura.
                Dígame usted, Dr. Botaco, siendo a ti mi disposición, ¿cuántos reyes han heredado suerte que la mía? No tendrá respuesta, cierto, porque para hijo rey por campana harán siempre falta padres reyes que campaneros. Y no por manicomio mas por castillo y que de a menos provincia.
                Ahora soy a su merced lo que Botaco padre o Botaco hijo o hermano ha de hacer para conmigo. Y solo he de cuestionar en molestia si me concedieras el honor que por años, creo me he ganado: ¡descoróname que ni rey por Rey intento ser y por Spannight, que no despertó de la excitación de la sustituta, pueda yo tener origen mío y no impuesto! Desnúdame tú en lo alto que yo me defiendo por mi cuenta. Y si por amentado me cree, solo voltee y no venga aquí a recordar mis recuerdos que por humano, aunque usted los imagine, solo yo los siento.

                Véngame usted y sepa que de no ver yo sorpresa en su rostro ni aire de por encima, sé que sobrevivo de joven y vida me espera al frente mientras unicolor el sol siga y de muchas máscaras lo acompañe la luna. Acaba con mi desdicha y permíteme ver lo buen de demás, y ser humano.


No hay comentarios: