R. M. Millán

domingo, 31 de mayo de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: ESTRELLAS DEL AMAZONAS

Siempre he hablado de mi admiración por el cielo y lo mucho que me gustan los ríos. Pues, he descubierto algo que antes no se me había ocurrido.

La primera noche que viajé por el río Amazonas, noté una particularidad que me hizo reconsiderar la magnitud de mi ya comentada atracción, sobre el agua oscura se reflejaba la luz de las estrellas más osadas.

Mi impresión, al inicio, fue más bien incredulidad. Miré a los lados del barco, arriba no porque ahí venía yo, y para mi sorpresa, no encontré luz que coincidiera con la maravilla que me paraba los pelos. Conté siete, en frente de mí se encontraba la más grande, bailaba como una sirena bajo las olas, a veces parecía un cardumen de peces y a los lados, unos cuantos depredadores con menos brillo la acechaban sigilosos.

El cielo no era oscuro ni infinito, era una festividad que me hizo reconsiderar lo que alguna vez opiné de los alumbrados de las ciudades... no pude estar más equivocado. Yo era el pasajero que dormía en el piso, mi testarudez me hizo una mala jugada y terminé siendo el único sin una hamaca donde dormir, pero di tantas gracias a Dios y a sus coincidencias por regalarme el ángulo perfecto desde donde todavía admiro los caminos de luces que parpadean para dibujar callejones temporales. No había luna esa noche. Fue la luz de las estrellas quien delató la silueta de las orillas. Y aunque me duela decirlo esta vez, no hizo falta la luna.

El universo es tan perfecto, que nos llega su perfección a los afortunados que nos tomamos tiempo para admirarlo. La luna se oculta para que otras luces también conduzcan el tráfico de nuestras sorpresas. Cuando la luna se refleja sobre el agua, no hay predadores que acechen, ella es suficiente para estar, no ciega como el sol, pero sigue estando sola. Las estrellas trabajan más en equipo, se solidarizan; sin embargo, después de pensarlo mucho, me da la impresión de que son más bien precavidas, pues estas reuniones no se ven a menudo ni en todos lados, no se ven en el mar, por ejemplo, sino donde pocos las notan. Mientras el sol y la luna se aturden entre sí, las estrellas del Amazonas arman estrategias de conquistas asertivas que incluyen bailes de sirenas. No sé cuáles ni cuántos serán los ríos que permiten estas reuniones celestiales, pero qué suerte la mía haber venido a verlas danzar.

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