R. M. Millán

martes, 23 de junio de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: DÍA CUATRO

Hoy, el día también es diferente, creo que el más frío hasta ahora, quizá por la lluvia prolongada de ayer. Cuando miro a tierra firme, una película densa de neblina me impide llegar a la nitidez de los árboles. Es extraño sentir frío y calor al mismo tiempo, la humedad de la selva te arropa la piel, lo que está bajo la ropa suda sin dejar de erizarte del frío. Si prestas menos atención, culparías al navío, te declararías enfermo de rutas marinas, pero yo no sufro de mareos, no hay velocidad ni oleaje suficientes que desestabilicen mi cordura.

Un par de extraños al que me acerqué hace dos noches ha estado compartiendo su desayuno conmigo, un colombiano -diría yo que promedio a mi edad- y una trigueña de buen español y portugués, nacida en Brasil; y además de comida, se comparte besos.

Sigo insistiendo desde mi hamaca por encontrar tesoros vivos en tierra firme, pero apenas y veo troncos largos y delgados que simulan rayos capturados por el tiempo, estáticos por los próximos miles de años.

Espero con muchas ansias llegar a casa de mi familia, descansar y, seguramente, hablar de los viejos tiempos, los que vienen y lo mucho que han crecido los niños, salir a conocer gente sin llevarme un mal recuerdo de este país; quiero mantener esta castidad pasional para seguir devorando las partes traseras de las copias de mi documentación. Espero encontrarme con la gracia de varias ciudades del mundo y muchos embajadores de la buena voluntad que se sumen al repertorio de esta narración encendida con los motores del verdiblanco La Esmeralsa que me ha devuelto el espíritu.

Y si mi instinto no me miente, es probable que en un futuro cercano regrese a convivir con una tribu indígena que no sienta rechazo por la civilización.

En medio de tanta maquinaria y desarrollo, mi alma también se había convertido en acero.

Viajar es una experiencia hermosa, sí, pero puede hacerte perder la cabeza como cualquier otro tipo de hermosura. Siempre digo que viajar me rejuvenece, ahora, lo que creo es que me devuelve tanto la felicidad que me hace más sabio, menos extrovertido aunque más confiado, también más precavido. Viajar se ha convertido en una forma de perdonarme, es un santuario donde no se encienden velas, es más que un acto, es un lugar de reencuentro y me complace haberlo descubierto. Así sea para muchos una gran estrategia para ensanchar sus cuentas -bancarias o sociales- para mí es ya una inversión de tiempo, el banco donde deposito mis pecados, donde rindo cuentas a Dios; la factura de todo esto queda a merced de mis sentidos, que al combinarse con mis recuerdos, crean fantasías de realidad donde el tronco de un árbol se disfraza de blanco para parecer un rayo dentro de la tormenta, aquí en medio de esta calma, por ejemplo- también pudiera decir que me ha servido para comprender que una lengua no es una barrera como la describen sino un segmento divertido de un juego donde armas los rompecabezas más interactivos de la humanidad.

La calma que me da saber que regresaré a la cotidianidad del caos al que pertenezco es bastante desalentadora, pero me da el motivo más suficiente para construir una brecha amazónica en mi vida dentro de la civilización. No soy capaz de señalar a "los avances de la humanidad" por mi distracción, culpo más bien a la costumbre de la premura que me lleva por un camino directo al vacío de mi tumba.

No quiero acostumbrarme a nada sino a alguien que acepte por normal mi escasa cordura, que se una a mis cuentos de hada para desaparecer juntos en la perfección de estos jardines rociados con polvos del universo. Si hay alguien más así, sepa que no está solo, que estamos ocultos como la magia que hace realidad nuestros deseos.

Y aunque esté a horas de culminar con esta terapia, estaré siempre a un segundo de volver a perder el rumbo como me ha pasado antes y como también les pasa a ustedes.

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