R. M. Millán

martes, 28 de junio de 2016

Los dos amamos a la luna

Acostado sobre la arena, mientras el mar se desahogaba porque un amor le plantó mentiras, le pedía a la luna que se asomara entre las nubes.
Me sentí culpable porque no recordaba lo que el mar me decía y cuando rompió en llanto no supe qué palabras quería escuchar.
Me sentí culpable porque mientras él lloraba desconsolado, mi pecho quería hacerle coros porque la luna se presentó detrás de una nube.
Quiso hacerme saber que estaba cerca de mí pero no para mí. Me insinuó lo que no soy capaz de repetir.
Y el cielo se cubrió de nubes cuando debía resplandecer en un atardecer salmón, naranja y rojizo.
Mis piernas se congelaron de miedo, mis brazos querían consolar al mar, mi corazón me punzaba las costillas, y yo me olvidaba de mí.
Así como me olvidó la luna, me olvidé de mí. Porque quería ayudar al mar, porque quería reanimar a mis piernas, levantar los brazos.
Y a pesar de tenerlo todo en frente, seguía oculto bajo la arena. La briza me seducía, me distraía. Y yo buscando la luna.
Así comprendí qué provocó el llanto al mar, así comprendí qué me separaba de mi amor, así comprendí que lo que salpicaban no eran lágrimas.
La brisa desvió el curso del amor que el mar extrañaba, reunía nubes sobre mí para que no viera el rostro devastado de mi luna.
La briza soltaba feromonas que la brisa rozaba sigilosa en mis sentidos.
La brisa controlaba el mar y la briza a los mortales que pisaban sus arenas.
La luna gritaba con rayos de luz que me amaba. Mi corazón la escuchó primero y saltó emocionado. Yo enseguida recordé que estaba enamorado.
Y le hablé al mar. Su amor naufragaba. ¿Dónde? ¿Desde cuándo? No sabía, pero estaba vivo. Su amor era grande como el mío. Por eso lo supe.
El mar me miró fijo sin intimidación se recogió, por un momento sentí que me atacaría, pero en cambio me agradecía.
Y encontró el mar a su amor en playas de aguas heladas. Retirada en un polo desolado, sufriendo intemperies y cantando lo que sentía.
El mar regresó y atacó las brizas. Las ahogó sin hacerme daño. A mí me levantó en un sumani que sobrepasaba la atmósfera.
Me elevó tan alto como mi mortalidad lo toleró y vi a mi luna llorando asteroides. La brisa no me podía alcanzar. Y admiré a mi luna.
Y admiré la luna, le leí un poema que ella quería escuchar. La besé en la mejilla, y ella se puso a llorar. Pero ahora lloraba feliz.
Descendí decepcionado. Quería quedarme cerca de mi amor por siempre, pero el mar tenía tiempo que recuperar.
Llegué a mi suelo y le dibujé a mi luna un corazón jovial que le enviaba recados desde mi pecho.
Mi corazón y yo nos enamoramos de la misma luna. Pero ella amaba sólo a uno. Es un secreto que todavía no se atreve a revelar.

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