Ana Paula prensaba las fibras de
los dedos con cada curva refinada, desde el hombro hasta el índice se dibujaba
un Croise derrant, y en coreografía,
la armonía de sus brazos se moldeaba en una Effacé
devant que reposaría en el Ecarté
de clausura.
Había practicado tantas las veces
la misma disciplina, que incluso en ausencia de melodías continuaba con la práctica en
casa, en el auto, en el salón de espera de la academia de ballet; observaba a
Clarié, su hermana, a través del espejo saltando con gracia. Nadie sostenía por
mayor tiempo la perfección del Quatrième
como Clairé, era la favorita de la señorita Stelle, era el modelo a seguir de
la familia.
Ana Paula se perdió en el reflejo
ante la imposibilidad de concretar el Epaule
derriere que tanto había intentado perfeccionar, era una gran ventaja que
la pequeña contara siempre con el apoyo de su madre. –“¡Algún día lo lograré,
madre! Verás que sí”; pensó en alto mientras Clairé se acercaba al culminar la
clase.
Como era ya costumbre, la
señorita Stelle se tomaba por lo menos dos minutos para asegurarse de que Ana
Paula estuviera mostrando mejoras con las terapias. Ana Paula la saludó con más
brillo en la mirada que antes: -“He avanzado en mis terapias, señorita Stelle.
Le prometí a mi madre que mis primeros pasos los daré aquí en la academia”;
respondió al retirar el seguro de su silla de rueda.
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