R. M. Millán

martes, 15 de marzo de 2016

EL ÁNGEL CAÍDO

Todo depende de cómo mires el cristal.

La Tierra parecía ser el lugar perfecto. De hecho, lo era. Dios necesitaba un espacio inhóspito alejado de su perfección, un espacio hostil donde Lucifer cumpliera su eterna condena por subestimar el poder de su creador. Dios estaba enfadado, y más que eso, decepcionado. Los querubines, en su composición angelical, perfecta y de gran hermosura, estaban al frente de la custodia del reino, en el que incontables filas de guardianes merodeaban las alturas del firmamento. 

La perfección del reino sufrió un desliz, un despertar inesperado de avaricia y poca gracia; para algunos fue incluso una imprudencia inocente de Dios lo que surgió en Lucifer como un deseo de conquistar su poder, pero ni siquiera su avaricia pudo tomar al Creador desprevenido. Dios lo desnudó de su belleza, cubrió su piel de vergüenza y hematomas venenosos, lo impregnó con venas de pecado que fueron naciéndole del corazón hasta que por pezuñas y costras tuvo en vez de delicadas manos. Nada igual había presenciado el reino. Ante semejante acontecimiento, los arcángeles mantuvieron la compostura y obedientes a las órdenes del creador, desterraron a Lucifer para que habitara en las llanuras de un planeta virgen encontrado a distancias incalculables de la paz. 

Lucifer aterrizó aparatoso con quemaduras y humo desprendido de sus llagas, las alas desquebrajadas; el planeta en gestación desprendía de sus poros esencia de azufre y ríos de lava cicatrizaban la superficie; tormentas eléctricas y huracanes chocaban entre sí. Lucifer seguía confundido, intentaba encontrar el balance para dominar la tierra. Le llevó tantas vueltas que no hubo registro que contemplara la precisión. 

Un día inesperado Dios envió a uno de sus arcángeles a visitar la prisión de Lucifer, el mensajero asintió ante la irregularidad al frente, percató que el planeta ya no giraba con la misma prisa y que los huracanes y tormentas habían perdido su capacidad de acecho. Pudo incluso divisar desde lo lejos la superficie de la Tierra. Convencido de que Lucifer estaba alterando su consuelo de exilio, evitó ser sorprendido y se ocultó detrás de una roca de hielo que acercó al planeta y olvidó retirar. El arcángel regresó y dio a su creador las noticias. Dios, ahora colérico tras la osadía de Lucifer envío un mensaje de advertencia al ángel caído.

El arcángel no perdió tiempo y llegó a la Tierra a hacerle frente a Lucifer. No había cambios en él, aún salía veneno de su mirada y su casi enmudecido discurso le hizo saber al arcángel que no había progreso alguno en él. -Te atreves a venir hasta mí para burlarte de mi desdicha, Miguel. No hacen falta ni tu presencia ni tu lástima. Sin ayuda he de recuperar lo que mío es. 

El arcángel conocía las estrategias de Lucifer como cualquier otro guardián del reino lo habría adivinado. No todos tenían la oportunidad de estar frente a frente con el desterrado que se atrevió a faltarle el respeto a Dios. La compostura del arcángel intimidó a Lucifer cuando el destello de un rayo se reflejó en su espada. Lucifer se dispuso a moverse al frente desafiante, pero el arcángel, sin mencionar palabra alguna, desplegó las alas de par en par. Lucifer retrocedió. -¡Cómo caíste del cielo, oh, lucero de la mañana! Cortado fuiste por Tierra, tú que debilitas a las naciones. Las palabras del arcángel retumbaron en los oídos de Lucifer de tal manera que han hecho eco hasta la actualidad.

Lucifer no lo interrumpió mientras el arcángel le revelaba el mensaje que Dios le había enviado. Ya la Tierra no le pertenecía ni como prisión, alguien más de la creación del Señor vendría a habitar lo que él creía suyo, alguien que burlaría su astucia y disminuiría su poder. Lucifer se contuvo e intentó no darle importancia a lo que el arcángel profesaba. 

Luego creó Dios al hombre, creó la vida, el día y la noche. Cierto fue aquello que divulgó el arcángel: la vida nueva creó confusión en Lucifer al ver las criaturas nuevas del Señor, una cada vez más diferente a la otra. ¿Cuál de ellas sería la que le arrebataría el territorio que reclamaba como suyo? Entonces de la costilla del hombre, creó Dios a la mujer

Lucifer conocía la gracia y la bondad de los hijos de Dios, pero nunca había visto tanta inocencia en uno. No sabía si se trataba de una trampa. Dudó y dudó hasta que a ella se acercó. Le susurró bondades ocultas en el lugar que Dios le había prohibido visitar, la arrastró a la tentación del pecado. Desobedeció la mujer a los mandatos del Señor, y en la Tierra, a toda criatura ahí creada para siempre condenó. La mortalidad se hizo penitencia y con el primer pecado una escama nació del cuerpo de Lucifer. 

Ahora el hombre debía encontrar a Dios por su cuenta y arrepentirse por la desobediencia, Lucifer los custodiaba para sacar partido de su inocencia. El hombre y la mujer se creían perdidos, abandonados por el Padre, continuaron escuchando las voces del desterrado y en varias ocasiones repitieron el pecado. Más escamas se acumulaban en el cuerpo del ángel caído. 

Dios intercedió por los humanos y propinó a Lucifer otro castigo, lo convirtió en serpiente y con el arcángel de testigo, lo condenó a arrastrarse por la eternidad. El hombre y la mujer se refugiaron en Dios después de varios años y con más vida a la Tierra le pagaron, tuvieron hijos de la carnalidad y con el tiempo aceptaron servir como familia, como amigos, como hermanos. Uno de ellos se aferró a las creencias de Dios y el otro se dejó convencer por las curvas de la serpiente de pocas escamas. Hasta el día que uno de los hermanos acabó con la vida del otro y el ángel caído se convirtió en maestro del arte de la manipulación de los mortales. 

A medida que la humanidad fue creciendo, Lucifer lanzaba sobre cualquier ser vivo anzuelos de artimañas, unos perdieron la batalla y a él vendieron el alma; otros, cual descendientes de arcángeles, luchaban victoriosos y lo espantaban. 

Con los años el hombre se volvió ingenioso, evolucionó en la batalla y en lo talentoso. Lucifer sintió que la virtud del hombre se le escapa de las manos, si un humano podía burlarlo, mucho más lo haría su creador, estaba dispuesto a comprobar que el poder de Dios era suyo, pero el humano se siguió multiplicando, el terreno ya estaba en discusión, entonces Lucifer sembró el caos en la mente de los líderes. Ya no era una porción de tierra lo que le importaba sino armar tropas confundidas que defendieran su nombre. Los humanos cegados y sordos se reunían en jornadas sangrientas que glorificaban el nombre de otros hombres a cambio de comodidades. Lucifer sonreía y desde un rincón observaba cómo había saboteado el plan que Dios creó para dejarlo sin nada. ¡Pero vaya equivocación la de Lucifer en el futuro! 

Cuando los hombres alcanzaron la edad de la civilización, comprendieron mejor la tolerancia, se basaban en las pasadas miserias para acabar con la ignorancia. Los humanos, sin haberse dado cuenta, contraatacaron al ángel maligno con su propia naturaleza, además de la intuición divina que heredaron de la grandeza. Lucifer no conoce el reflejo y el hombre se hizo experto en la materia, los arcángeles los observamos sorprendidos desde el firmamento. Lucifer se había levantado de la silla desesperado por lo que ocurría, la fragilidad de los recién nacidos formaban luces de defensa. Muchas de las almas que batallaban en nombre de Dios pidieron al Señor prolongarles la permanencia y aunque no fuera de forma física, contribuían con la resistencia. Los arcángeles celebramos por los humanos y la victoria. Dios nos encomendó ayudarlos. 

Hoy se cumplen dos mil dieciséis años desde que vine a servir en nombre del Señor. Me encuentro en una tierra hostil que a veces se vuelve un Sion. Cuando mis alas abro, revelo mi identidad, y lo que me rodea me entristece, ni siquiera lo puedo explicar. Veo arcángeles y querubines luchar con demonios corrompidos. Tenemos una sola tarea y hasta hora la hemos cumplido bien. Cuando soy arcángel, la Tierra que habito es la joven repleta de volcanes y mares tibios, pero apenas me sumerjo en el manantial de los vivos, aparezco en el Sion humano que Dios ha bautizado Edén. La tarea en el mundo de los mortales es más sencilla, pero a veces los humanos lo complican: Lucifer dejó la piel de escama en las puertas del Purgatorio tras no alcanzar su cometido y ahora deambula en el mundo de los vivos, usa las mismas estrategias que funcionaron cuando de la costilla del hombre, creó Dios a la mujer. Estando en el mundo de los mortales, ni siquiera los arcángeles reconocemos nuestras identidades humanas, hasta que por muy evidentes dan discursos enigmáticos que nada más un arcángel puede descifrar. Pero hay algo que nosotros sí sabemos y Lucifer jamás entenderá, las identidades de los que están con Dios se mantienen intactas; la de él, nunca se podrá reflejar.
Es una tarea de paciencia. La vanidad del ser humano lo obliga a reconocerse desde el día que llegan a la Tierra, y Lucifer jamás ha visto su rostro; nosotros sí.

Por más que se esconda, las tropas de Dios lo encontrarán. Sabemos que en el mundo hay ángeles malos, y no sólo sabemos que hay ángeles malos sino que hay muchos que Lucifer ha sabido adiestrar. Sin embargo, con el poder de nuestro creador, hemos recuperado las almas de esos ángeles desorientados que a los pies de Dios han de llegar. 

Era yo muy joven cuando me enviaron a la Tierra, llegué con miedo, sí, con mucho temor. Aún siento miedo al salir a la batalla; no es nada fácil lo que hacemos por el Señor. Vale la pena cada sacrificio, cada victoria, incluso cada dolor. Las penas y los pesares sanan cuando recuerdo el día que llegué a su presencia, porque ese día la puerta se abrió y sobre mí la bendición cayó.


Lucifer sigue oculto en la ciudad de los espejos. ¡Vaya equivocación la del ángel caído!


Anécdota de ficción basada en dos pasajes bíblicos
(Isaías 14:12 (RV60) y Apocalipsis12:9 (RV60)), citados
en el discurso ministerial de Pastor Alejandro Becerra.
(Iglesia Bethel, Casa de Dios. 29 de septiembre, 2015).



sábado, 5 de marzo de 2016

Te vi sonreír

Te vi sonreír y me detuve sin notarlo,
Se detuvo el sol y el día ya no quiso ser noche;
Se detuvieron las aves,
El vuelo,
La brisa,
Hasta los pulmones se estimulaban con tu impresión.

Te vi sonreír y me hice inerte;
Se detuvo el sentido,
El cuerpo ya no era sino compacto;
Se detuvieron las olas y el mar;
Los mares
Apagaron los huracanes.

Te vi sonreír y me detuve,
Se detuvo el tiempo;
Te vi sonreír y me credo se deshizo ante tu presencia
Mi intención quedó atrapada en un poro congelado.
Quise acercarme y abrazarte
E indispuesto, claro, se detuvo mi cuerpo.

El tiempo que fijé la mirada en tu franqueza
Se colgó en mi culpa la nostalgia;
Me sentí culpable,
Casi dueño absoluto del interior de tu pesadumbre.

Ni siquiera te conozco bien,
Y lo confirmo no por los años a tu lado
Sino por el descubrimiento repentino que dejaste escapar
En un ensimismamiento,
Una sorpresa que no creíste
Llegar a escuchar jamás.

Desnudaste tu pudor,
Quedaste en evidencia,
Pero tierna situación que te arrebató una sonrisa sin igual
Oculta y sacra
Que no volveré a ver jamás.

Pero qué fortuna la mía
Porque viví para verte sonreír de verdad,
Como nunca nadie lo ha hecho,
Quiero ahora cambiar las piezas del rompecabezas
Y enterrar tus depresiones en campos menos vulnerables.

No quisiera dejar de ver esa perfección en ti al sonreír,
Aunque no tolero reconocer que sufres.
Tanto sufres que tu mirada llora sin que lo notes;
Que tu mirada irrita
Y que al mirarte fijo
El corazón se me acelera como ahora,
Y siento miedo,
Siento tu miedo.

Seamos justos,
Si voy a sentir tus males
Déjame también sentir tus bienes.
Y si alguna vez alcanzo tus labios,
Bésame con los ojos abiertos
Para alimentar tu poca tolerancia
Con confianza
Y sensibilidad.

No muevas la lengua si no te place,
Pero mírame fijo.
No cierres los ojos
Y hazme sonreír
Para que tú también te detengas,
Para que contemples lo que contemplo
Ahora que todo se detuvo,
Eso,

Todo se detendrá para ti también.


Cubrí y descubrí

Cubrí mi espacio con losas de vidrio,
Entre pared y pared escondí mi valentía,
Sustituí el aire con conformismo,
Le puse precio a lo que sabía.
Si reía, no había carcajadas,
Las verdades me sonaban a ironía.
Si lloraba, las lágrimas se secaban
Antes de alcanzarme la mejilla.
Cubrí el suelo con losas de cartón,
Almacenaba el agua fuera del portón;
A un extremo de la ventana vacía
Veía ocultarse la mañana
Pero jamás el sol.
Teñí el techo con trapo sucio
Para filtrar la luz y las goteras.
Contemplé una estrella desde mi cuarto
A quien bauticé María Marbella.
Me mentí por ratos de tanto aburrimiento
Me enojaba a veces para cambiar el ánimo
Había olvidado lo que era estar triste.
No sentía ni angustias por sexo barato.
Cubrí mi jardín con flores insectívoras,
Me daba miedo escuchar los grillos.
Crie dos sapos y tres arañas
Para que cuidaran los pasillos.
Les contaba historias de mi pasado
De mis amigos y familiares
Criticaba a muchos y a otros alababa
Pero no interactuaba con ninguno.

Una noche ingenua escuché ramales,
Una mujer lloraba desconsolada
Había conseguido cuanto quiso en vida
Menos el cariño de su padre.
Al culminar la noche seguía llorando
Insistía en que no era una mujer triste
Que a su esposo amaba
Y estaba a la espera
De una hermosa hermana para su príncipe.
Otra mujer lloraba tres octavas más alto
Había perdido al amor de su vida
Pero su compromiso con los vivos
La atormentaba todavía.
Cantaba con la mirada perdida
Con el pecho adolorido y a lengua fruncida
Pegaba más gritos de arrepentimiento
Que de tragedia o agonía.
Con ambas piernas desvalidas
Decidió andar con su condena
Me bendijo hasta exhausta y adolorida
Y sin detenerse continuó con la pena.
Una tercera mujer se acercó melancólica,
Se limpiaba el rostro con desarraigo;
Me ofreció compañía a cambio de una melodía
Que había escuchado yo hacía varios años.
El trapiche de mi fuerte
Había mutado mis brazos                                                                                         
El olor a cartón sudaba yo hasta en las piernas
En la estufa se cocinaban las ratas
Las moscas
Y las cayenas.

Miré a las mujees de suertes parecidas
Ir las tres en direcciones torcidas
Por coincidencia muy afinada
Desde Mi hasta Fa sostenida.

En mí volvió a palpitar algo en el pecho,
El estómago más que pan y agua exigía,
Y cuando vi que una lágrima de rabia me bañaba
Empecé a sentir alegría.

¡Vaya sorpresa!
Que del dolor volvió a mí la nostalgia,
Que del pesar volvió a mí el perdón,
Volvieron las múltiples razones
Que intercambié sin aparente razón.
.
La razón vino a mí de nuevo en un son
Y quebré entonces los murales de vidrio,
Liberé luego el prisionero creativo
Que al nacer obtuve por don.
Así desnudo como había de estar
Descubrí más de lo que podía,
Descubrí mi arte y la osadía,
Descubrí el sentido de escribir;
Dibujé y descubrí hermosas melodías
Que ningún músico supo describir.
Descubrí que mi templo no es arquitectónico
Descubrí a qué lugar pertenecí,
Descubrí que más y más he aprendido
Desde que el miedo dejé salir.


El hombre de la casa de concreto

     Un hombre cansado de la transparencia y la irregularidad de su ciudad descubrió la magia e importancia oculta del concreto en la ingeniería de su sociedad donde todas las casas eran de cristal y los edificios eran construcciones utópicas que los gobernantes describían de triviales y caóticas.

     El hombre se sentía diferente de quienes le rodeaban y en un acto de rebeldía levantó paredes a cuatro extremos y techó la obra de los curiosos. Al día siguiente, tocaron a su puerta. Le extrañó que no fueran vecinos. Era la primera que veía al alcalde y al presidente en persona. Los invitó a conocer el interior y explicó cómo había dado con los beneficios del concreto. Los gobernantes interesados creyeron posibles los edificios y sintieron miedo. No creían conveniente que otros durmieran en niveles más elevados.

     El hombre juró silencio y en cuestión de días se enteró de una propuesta que los del gobierno ofrecían a la ciudad: la era el concretó llegó sin permiso.

     El hombre caminaba confundido, no se acostumbraba a las sombras verticales, los vecinos envejecían más evidentemente y el hedor de los nacientes callejones le estropeaba el viaje. Al final de la última avenida de la ciudad el hombre descubrió un tumulto de paneles de cristal que usó para remodelar su hogar. Tres días más tarde el alcalde y el presidente tocaros a su puerta una vez más.

     El hombre se sorprendió al escuchar que debía reconsiderar el concreto o dejar la ciudad de inmediato, pues los vecinos sentían incomodidad cada vez que desde su ventana observaban cuando el hombre hacía uso del baño.


     El hombre se rascaba la cabeza confundido, pero ahora más convencido de que nunca había pertenecido a esa ciudad, tomó sus pertenencias y se fue a vivir al bosque, donde todo era gratis menos la compañía, razón que lo obligaba a visitar los callejones con hedor a mujeres y hombres poco deseados por la sociedad.