R. M. Millán

jueves, 28 de mayo de 2020

MESES DE UN NUEVO SENTIR: PRIMERA PALABRA

Sonará a sacrilegio, pero viene de la Biblia. Hace meses tengo un nuevo sentir. La forma en que siento, a la que me refiero, claro, me hizo girar la cabeza. Las cosas venían en un curso normal según la inclinación cómo se veía. No era normal...

Al comparar esta apertura del corazón con mis experiencias pasadas, viajé hasta la primera vez que sentí amor. Ahorita no es eso lo que siento, pero los actos que he llevado a cabo son los más parecidos desde entonces. 

Primero, nos conocimos: la amistad inició como un producto de las coincidencias y las necesidades del surgir; mientras buscaba facilidades de empleo, encontré una amistad que hoy me roba sonrisas. La conversación fue fluida, cortada y limitada. Nos reímos. Los temas no fueron importantes, la sensación no fue importante, la interacción no fue importante. Ni siquiera el momento pareció importante. Pero, al final del encuentro quedó abierta la oferta de una nueva reunión, un menú diferente y más cosas sin importancia. De ahí en adelante, las conversaciones fueron a distancia, cortas y sin importancia. 

Segundo, jugamos: casi un año de sedentarismo me tenía inquieto, la monotonía advertida de una relación sedada me tenía calmado, la oportunidad mínima de salir de tantas ofertas rechazadas me animó a salir de casa. Salimos una noche y no jugamos, yo no podía porque no sé; ella, sí. Jugó y esperé. Entre cada cambio de equipo hablamos de un tema que no se interrumpió. Lo que estaba viendo me importaba, lo que hablamos me importaba. Después del juego, fuimos por el nuevo menú. Después del menú, llegó un postre acordado antes y, que, al final, pretendimos repetir. La despedida en la puerta de mi casa cambió las cosas. 

Tercera y última vez en el año; la minuta: habría empezado con el himno nacional, los otros temas eran excusa... lo importante, realmente, eran los besos, tres besos que estuvieron conformados por, al menos, cien más, los botones no se apartaban de sus lugares, y cuando los obligamos, su desnudez reposó sobre mi velleza. Todo fue desnudez después de eso, horas de desnudez y contemplación del sigilo, el aliento conservaba la temperatura, los abrazos y más besos, que seguían siendo parte de los tres que ya mencioné. El sentir evolucionó en algo mayor cuando, después de contemplar el tiempo y el error, nos dimos cuenta de que también habíamos contemplado la erupción del cuerpo por tanto rato que escaseó en partes que le pertenecían al sexo. Los testigos permanecieron donde debían, la protagonista del momento era la lengua y su gran habilidad para comunicar al hacer contacto con la piel, con los faros de su pecho, los labios recorriendo plazas de la pelvis y luego más abrazos. La minuta cerró con un impulso que no pasaría por esquivo ni por prudente como la primera despedida: el cuarto beso. 

Ese día, todo importó. Desde ese día, todo ha importado. 

Parecerá cliché... el error -y ambos fuimos conscientes- fue ignorar lo que nos advertimos. Ambos tenemos responsabilidades, un par al cual queremos querer, amar y conservar hasta que la muerte nos separe; no queremos mentirnos ni mentirles, no queremos decepcionarlos ni decepcionarnos porque más culpables somos nosotros que ellos. No queremos alejarnos, creo que es lo más honesto que nos hemos dicho. 

¿Cuándo fue la última vez que me sentí así? Cuando fracturé una relación por acercarme al amor de mi vida: había adrenalina, la sentía; había ganas, preocupación e interés. Ahorita hay todo eso, desde la adrenalina hasta el interés. Lo más interesante es que no nos conocemos, las pocas cosas que nos hemos compartido han sido suficiente para corroborar que somos completamente diferentes, con gustos y mañas opuestas... 

Sin embargo, al apartar las lógicas de nuestras incompatibilidades, parecemos tener el mismo objetivo. Tanto así es, que apenas nos permitimos mirarnos bajo la delicadeza de una luz dormida, perdimos el control de muchas cosas que hoy nos dan esperanzas de un futuro terco. 

Recuerdo que: hubo precaución; noté más de tres seguros resguardando el transporte, yo igual le hice vigilia, fui un centinela frecuente que miraba desde mi habitación. 

El único y verdadero acto de penetración fue el del ambar de sus ojos. La sonrisa más nerviosa, una que había olvidado que existía, vistió de inocencia el primer sorbo de ofrecimiento, que resultó amargo y desencantador... nada que un poco de agua no pudiera arreglar. 

El nerviosismo se convirtió en sonrisa muchas veces, luego la ternura y el vacío del sentir que empezaba a llenarse. El recuerdo más claro fue la despedida, una deuda saldada. 

¿Dónde estoy?: Este nuevo estado es un andar impredecible. Lo que hubiera logrado en un contexto promedio, habría sido otro encuentro o más que hubieran acabado con lo que ahora narro. 



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