R. M. Millán

viernes, 29 de abril de 2016

El lucero junto a Kayl

 Kayl quería mostrarle a Steph su lugar favorito, y aunque él no lo dijo, ya lo sabía. No hubiera interrumpido el entusiasmo de Kayl bajo ninguna circunstancia, por eso aceptó ir y fingir maravillarse.

Kayl le dibujaba anécdotas en las nubes, Steph las conocía todas, incluso las que ella creía mantener en secreto. No hubiera revelado nunca que su hermanito le contaba lo que escribía ella en el diario a cambio de dulces, por eso pretendía interesarse por lo que ella tenía que revelar. 

Kayl le hablaba de su estrella favorita, Steph gritaba en su interior que justo al lado de esa estrella brillaba otra que él en secreto bautizó en honor a ella.

Kayl sintió frío, se acomodada el cabello que la brisa le enredada, se reía sola, estudiaba el faro, lo observaba; vio a Steph y quiso saber qué pensaba. 

Steph señaló el acantilado, acariciaba el olor del océano. 
-La roca se mantiene de pie a pesar de los rechazos del mar, ella sabe que con cada ola se debilita y que algún día perderá la batalla, pero con tal de sentirla cerca, no le importa soportar el dolor ni fragmentarse lentamente.

Kayl se cruzó de brazos y cerró los ojos. -La estrella junto a tu favorita tiene tu nombre; se arriesgó Steph a confesar. 
Kayl miró el cielo curiosa: -no veo ninguna estrella, Steph. -Lo sé, sólo yo soy capaz de verla. Por eso le puse tu nombre, porque al menos ella sí me ve a mí.

Kayl tocó el índice de Steph, se puso de pie y le advirtió a que ya era hora de volver. 

Steph volvió las noches siguientes a hablarle al faro y al lucero junto a Kayl.

martes, 26 de abril de 2016

Camino a casa

Me detuve en medio de la noche y me vi rodeado de ladrillos, bombillos a media luz, zapatos que luchaban por desatarse del cable de electricidad de los vecinos y el típico aroma a infección de las metrópolis. Algunos metros a mi derecha el raso oxidado, corroído, estropeado por las innumerables capas de spray me descubría el perfil, a mi izquierda me arropaba de incógnito la oscuridad. Y mi única compañía, firme e indispuesta a desobedecerme, pálida desde mis pies y fugaz ante la ausencia de luz, controlada en el sosiego involuntario que le producían las sirenas esporádicas y los ecos de los ladridos de la mendicidad, insatisfecha, pero fiel a mi presencia, ella, me miraba desde un lado sin aire ni pulmones. Como no había neón, nada titilaba, los watts consumían armoniosos las ilegalidades del callejón, las tejas drenaban cualquier sustancia nociva que se acumulara desde los techos hasta el contenedor monárquico de los felinos pretenciosos. No sabía cuál era el frente, pero ya estático, lo único aparentemente en movimiento maquinaba dentro de mí. Debía continuar, lo sabía, ¿pero cuántas veces tienes la oportunidad de retar a la muerte en un combate de a dos y salir victorioso? Por lo menos tres cuadras faltaban para llegar a casa, allá donde mi madre me esperaba con prudencia asomada en la cortina que hacía transparencia con la avenida principal, una avenida larga; desde la distancia, cuando me veía, yo sé que ella empezaba a hablar más con Dios.

No había más nada que admirar en la inseguridad de las calles de mi ciudad. Ni los delincuentes merodeaban el gueto, la jerga más incomprensible fue la de un auto a mucha prisa que ni de chiste se hubiera atrevido a ofrecerme la cola. La noche había sedado al mundo menos a mí… ni a mi madre, por su puesto. Giré unos grados a la derecha y le hice señas a mi sombra para que supiera que ya no debía seguir preocupada. Salí de la ciudad y entré a la seguridad de mi barrio cuando la luz en la entrada de mi casa convulsionó de calma.  


A los 26 días de abril. 2016.

lunes, 25 de abril de 2016

Aprendiz

Tú que has sido mi aprendiz, ¡dime!, ¿cuántos errores hay en amar a escondidas? ¿Cuántas mentiras disfrazadas de sonrisa atraviesan la lluvia mientras me miras? 

Yo, tu maestro y más fiel tutor, ¿no he dado suficiente para evadir tu encono? ¿No he demostrado que al amar sin rencor, la piel se vuelve arena y con el mar navega? 

Tenerte aquí es una nueva lección que improvisaré porque en mi libro ya no quedan páginas; escribiré con las uñas ruegos sádicos y haré sangrar tus dudas para decorar estas paredes, esto que ahora es nada.

Saberte lejos me agota la impaciencia. 

Te acredito mis pálpitos cuando me dices 'Hola'.  

No tiene sentido darte las respuestas, es como aceptar que entraste a mí sin tocar la puerta.

Tú que has sido mi aprendiz; yo, tu maestro envejecido en la incredulidad de tus actos. ¿Acaso no es obvio lo que te digo? 

¡Que decepción si no has aprendido tanto! Porque tanto y más es lo que te he enseñado, yo, tu maestro y más fiel tutor, quien en vida más te ha amado.






lunes, 4 de abril de 2016

El Epaule derriere de Ana Paula

Ana Paula prensaba las fibras de los dedos con cada curva refinada, desde el hombro hasta el índice se dibujaba un Croise derrant, y en coreografía, la armonía de sus brazos se moldeaba en una Effacé devant que reposaría en el Ecarté de clausura.

Había practicado tantas las veces la misma disciplina, que incluso en ausencia de melodías continuaba con la práctica en casa, en el auto, en el salón de espera de la academia de ballet; observaba a Clarié, su hermana, a través del espejo saltando con gracia. Nadie sostenía por mayor tiempo la perfección del Quatrième como Clairé, era la favorita de la señorita Stelle, era el modelo a seguir de la familia.

Ana Paula se perdió en el reflejo ante la imposibilidad de concretar el Epaule derriere que tanto había intentado perfeccionar, era una gran ventaja que la pequeña contara siempre con el apoyo de su madre. –“¡Algún día lo lograré, madre! Verás que sí”; pensó en alto mientras Clairé se acercaba al culminar la clase.

Como era ya costumbre, la señorita Stelle se tomaba por lo menos dos minutos para asegurarse de que Ana Paula estuviera mostrando mejoras con las terapias. Ana Paula la saludó con más brillo en la mirada que antes: -“He avanzado en mis terapias, señorita Stelle. Le prometí a mi madre que mis primeros pasos los daré aquí en la academia”; respondió al retirar el seguro de su silla de rueda.