R. M. Millán

lunes, 2 de mayo de 2016

La guerra de las emociones

La Felicidad huyó desesperada después de haberse cruzado por accidente con las carrozas de la Decepción, estaba segura de que no había ni un bloque en el reino que no conociera su autoridad. Las leyes eran inquebrantables y quien residía en el reino, ofrendaba raciones de tristeza que variaban en intensidad.

La Felicidad ya conocía las anécdotas más transitadas y en medio de la angustia, entró a un callejón oscuro, se desnudó sin hacer ruido alguno y fragmentó su perfección para burlar la presencia de la Decepción: se fue desprendiendo la piel y retiró de su interior los motores vitales que daban esencia a lo que la hacían lo que era. Guardó en un hueco que ninguna luz bañaba tanto de sí como había retirado; se borró de una vez la particularidad de una sonrisa que había vestido desde niña y se volvió a colocar la piel para conservar su identidad externa mas no su ser.

Su inexpresividad jamás reveló el escondite ni el anhelo por recuperar el tesoro oculto, su empeño por acabar con la Decepción la volvió más paciente. Como era costumbre, desfilaron las carrozas sobre las avenidas rocosas, por entre el moho húmedo de la temporada que hacía resbalar las emociones más predecibles; y sin que los choferes pudieran esquivarla, se atravesó la Felicidad en medio del traslado. La Decepción se bajó del transporte, los testigos incrédulos observaban temerosos desde los rincones; la Felicidad seguía firme.
Frente a frente, sólo la tensión del panorama las separaba. La Decepción asumió posturas y en silencio retaba a la Felicidad a identificarse. "Soy lo que no conoces por incapaz"; dijo la Felicidad en un tono apaciguado de párpados torturados y mirada muerta.

La Osadía corría de manos al Remordimiento, se alejaban del acecho de los soldados de la Decepción. Corrían como podían. Los gritos de la Angustia al ver a la Esperanza muerta les alteró los impulsos. Se escondieron en un hueco que encontraron en un callejón donde ninguna luz los alcanzaba.

Pasaron días de lucha entre la Felicidad y la Decepción. La Osadía y el Remordimiento se contaban historias íntimas que juraron no revelar. Después de contar las suyas, el Remordimiento empezó a dudar de la Osadía hasta que un día recibió de su compañera una porción de alimento que sin salir a buscar llegó a ellos: la Osadía y el Remordimiento acababan de consumir lo que quedaba de Felicidad sin saberlo. Una sensación de rebelión los invadió y se atrevieron a salir del escondite con actitud positiva, corrían de la mano, no escapando sino hacia la Decepción, lucharían al lado de la Felicidad.

Mientras los soldados de la Decepción sometían a la ciudad, una emboscada de tres vencía a la Decepción en su propio castillo.

Con la Osadía y el Remordimiento, la Felicidad volvió a estar completa nuevamente. La Decepción se convirtió en un mito cultural que no reaparecería entre ellos.

Las emociones agrandaron el reino cada vez más hasta que la Osadía y el Remordimiento conocieron al Amor.  La Traición se acercó a la Felicidad y le hizo creer que su otra mitad le había sido infiel con el recién conocido y después de un ataque casi letal, nació de la unión el Rencor contra la Felicidad. La Osadía y el Remordimiento preparaban a su hijo para que conquistara el reino de la Felicidad que también era de ellos. El Amor no quiso involucrarse en una guerra exclusiva de emociones, pero sí sabía que debía actuar contra la Traición, un enemigo milenario que le había arrebatado lo mejor de su lado.

La batalla de las emociones duró siglos, el Remordimiento no resistió tanta masacre en un mismo lugar y se suicidó. Quedaron al frente la Osadía y el Rencor contra la Felicidad. El Amor no toleraba ya el sosiego de las emociones a su lado y pidió la baja: su lucha era contra una nada más.

La Osadía se levantó contra el Amor al considerarlo cobarde. El Amor se alejó con la idea de cruzar el reino y explicarle a la Felicidad que había sido víctima de una manipulación. El Amor envió a su compañera de vida, la Ilusión, a entretener a la Traición para llegarle de sorpresa a la Felicidad.

Cuando por fin se reunieron, la Felicidad no podía creer lo que el Amor le decía, pero era tanta la seguridad y la confianza que le transmitía que prefirió creerle. Así echaron a la Traición del reino de la Felicidad.

Los ejércitos cambiaron y desde entonces, la Felicidad lucha de la mano del Amor y la Ilusión contra la Osadía y la convicción del Rencor, ambos manipulados por la magia de la Traición.

No ha habido guerra más antigua ni tregua que acabe con la amenaza de los pueblos que han nacido en medio de la controversia. La Felicidad le confesó su más grande secreto al Amor: después de la muerte del Remordimiento, sintió su debilitamiento, y dispuesta a sacrificar sus fuerzas, le explicó que aún latía en el pecho de la Osadía una porción de Felicidad que había escondido de la Decepción antes de que la Gran Guerra tuviera inicio.

El Amor no estaba dispuesto a matar parte de la Felicidad, pero ella le hizo entender la importancia de los sacrificios. Sin Osadía, el Rencor no tendría éxito, no podría revelarse contra ningún otro ejército; al fin y al cabo, al reducir la Felicidad, reducirían también las desdichas. El Amor prefirió obedecer y entre él y la Ilusión, acabaron con la Osadía. Al regresar a su reino, observaron a la Felicidad con aspecto enfermizo, sin fuerzas para sonreír. El Amor y la Ilusión tuvieron un hijo cuyo nacimiento no celebraron por la gravedad de la Felicidad. Ella lo bautizó Dolor.

Nadie más, aparte de ellos tres, sabía del nacimiento. La Felicidad envió al Dolor a una ciudad en la frontera que pertenecía al reino del Rencor. El Dolor creció en un espacio que no reconocía como suyo, su comportamiento desigual llamó la atención de todos en el reino hasta que llegó a oídos del Rencor. El rey quiso saber quién era y lo envió a buscar. El parecido entre el Dolor y el Amor era más que sorprendente. El Rencor se sintió más bien intimidado, pero no quiso hacerle suponer que podía estar relacionado con el asesino de su madre. Lo entrenó personalmente para que combatiera contra la Felicidad. Cuando alcanzó la madurez, el Dolor guió a su tropa de emociones hasta el reino vecino. Allá, a sólo una orden de atacar, el Amor salió solo a hacerle frente, sin soldados ni amenazas más grande. El Dolor se vio reflejado en los ojos del Amor. El Amor lo reconoció como suyo, como un sentimiento nacido de él que superaba en poder a cualquier emoción. El Dolor recordó las palabras del Rencor y le reprochó el abandono. La Traición apareció victoriosa de entre la multitud a susurrarle al Dolor.

El Dolor sacó su espada y atravesó el pecho de su padre. El Amor sintió la realidad de su hijo dentro de su cuerpo por primera vez, comprendió lo que la Felicidad había pretendido desde que lo alejó del reino. La Ilusión no podía creer lo que veía y envío de inmediato a las tropas a contraatacar a su propio hijo.

El Amor y la Felicidad agonizaban mientras la magia de la Traición resucitaba a la Decepción. El Dolor cayó ante la presencia de la Ilusión.

Los reinos siguieron en guerra por siglos y siglos. La Felicidad se resistía a la muerte al ver el cuerpo del Amor sobrevivir a pesar de lo ocurrido. Ambos sabían que si morían, debilitarían a la Ilusión.

El Amor fue mejorando de a poco. Un día inesperado, la Felicidad se puso de pie, el reino no podía creer que su reina hubiera mejorado con tal rapidez. El Amor quiso saber qué había sucedido. La Felicidad tenía una noticia importante que anunciar: el Amor y la Ilusión tendrían pronto una hija que pondría fin a la guerra, una hija que heredaría su reino, que habría de restaurar la Felicidad. El Amor y la Ilusión fueron sorprendidos como el resto. La noticia llegó al otro reino. Todos querían saber quién era la nueva heredera, el Dolor estaba dispuesto a acabar con la vida de su hermana.

Entonces llegó el día en que del Amor y la Ilusión nació Victoria.