R. M. Millán

lunes, 14 de octubre de 2013

Vivir Soñando

                Después de cerrar tus ojos, una dimensión nueva te abre sus puertas cual si fuera la entrada a un nuevo mundo donde el único capaz de llegar a sentir algo no es otro sino tú mismo. Todos los demás a tu alrededor hacen cuanto y como te plazca, todo lo que te rodea toma forma según lo que desees y no según lo que ambicionas. Es por eso que muchas personas prefieren dormir que salir de sus casas, porque sus deseos son necesidades del alma, mientras que sus ambiciones, por el contrario, son egoístas y urgidas.
                Después de cerrar tus ojos, los latidos de tu corazón y las agallas de tu cuerpo detienen cada hecho que no puedes evitar mientras tus ojos se mantienen abiertos, pero la realidad es otra, pues en un sueño nada logra herirte tan fuerte ni dolorosamente como en la vida real.
                Vivir a través de los sueños es de hecho la mejor forma que tienen los seres cursis y apasionados de vivir y mantener sus esperanzas vivas cuando quienes ellos más aman viven a distancias incalculables, cuando esa persona, tan amada como nunca antes lo han sentido, se encuentran fuera de vista, no hay nada que se pueda comparar a la sensación de abrazar la almohada y darle un besos de buenas noches y pretender que se acurrucan mientras le susurras al oído todo tu amor. Por estas razones, es preferible cerrar los ojos y reír inocentemente mientras tu corazón acelera frenético.
                Luego, cuando ya le has dicho todo lo que guardas dentro de ti a ese verdadero testigo, inevitablemente caes rendido ante el sueño e innegablemente ante el amor. Ese es de hecho el proceso que traza el camino que nos lleva a Utopía, ese lugar en nuestras mentes que nos presenta una cantidad incalculable de perfecciones; un lugar donde la persona que amas, o que aspirar llegar a amar, se encuentre esperando por ti.
                Mejor Utopías que la distancia real y demás obstáculos.
                Además, no deberíamos considerar la almohada como el único pañito de lágrimas húmedo puesto que la música, a su vez, atraviesa cada capa dérmica de nuestro pecho en busca de los nervios más débiles, y te das cuenta de que los alcanza cuando de manera irónica, mientras vamos rodando a cualquier lado, soñando despiertos, esa canción memorable suena en tus oídos, y sin importar si la canción está sonando de verdad o no, su melodía seguirá en ti. Esa canción que te obliga a cerrar los ojos recrea Utopía en ti también.
                Y luego la perfección.
                Y luego la sonrisa.
                Y luego los momentos más duros para los novatos como nosotros: determinar si lo que estamos sintiendo es verdaderamente amor… u obsesión… o un amor en desarrollo… o una atracción enredadora. Hasta ese punto, tu corazón y cerebro empiezan a batallar, a combatir, y el único acuerdo que consiguen no es más que un nombre en común, un rostro en común. Entonces cierras tus ojos y sonríes, así como lo estás haciendo ahora, porque sientes tanto a tu corazón hundirse como a tu cerebro acelerarse; cierras los ojos y respiras profundo, tanto como puedes, y piensas en la canción, y un toque de admiración a ese ser querido crece en ti porque en el fondo sabes que en algún lugar del mundo hay alguien cuya admiración por ti crece de la misma manera.
                Después de abrir tus ojos te das cuenta de que el único camino en frente de ti no es otro sino el de la realidad y de una u otra forma la del dolor, el dolor de no estar donde perteneces ni con quien perteneces. Te esfuerzas solo por mantener las esperanzas y esperar por la hora de dormir o por el momento de paz de manera que puedas conseguir, o por lo menos creer que conseguiste tranquilidad. Entonces las obligaciones y la vida te gritan que despiertes y te mantengas levantado para que puedas pensar… no, para que puedas creer… no, para que puedas vivir. Y así comienzas a preguntarte y preguntarte qué es la vida si el panorama real, si el tacto y la pertenencia no te garantizan el mismo grado de sensibilidad y sensación que sí te da el subconsciente mientras duermes; te preguntas y te preguntas hasta que te das cuenta de que lo único que haces es andar sin rumbo fijo: caminas pero no alcanzas el horizonte. Excepto, cuando sueñas, todo lo que deseas está ahí donde quieres… tan real y tan cercano. Después de abrir los ojos, tu corazón continúa moviéndose, pero indispuesto, tu cerebro acelera sin el menor esfuerzo.
                Después de abrir los ojos, lo que realmente te lleva de la mano es la fe. La fe de hacer tus sueños realidad, de sentir la similitud del olor de Utopía, de besar la ternura de los labios de quien amas, de abrazar la suavidad del cuerpo de esa persona distante, de seguir hacia adelante y conocer, de adornar tu sonrisa con una lágrima repleta de emociones y correr tomados de la mano en los parques y puentes más hermosos, y permanecer acostados en la cama más cómoda. Esa fe.
                Después de abrir los ojos, recibes esa sensación que te hala hasta abajo hasta la tierra y te dice que todo lo que acababas de sentir no es nada sino una ilusión, así que la persona en tus sueños, quizás un familiar recientemente fallecido, quizás tu fantasía inalcanzable, quizás alguien que no está tan interesado en sentir lo mismo que tú, esa misma persona, desaparece con la felicidad plena de tu alma.
                Soñar puede ser tan real, tan similar a la vida, que existen muchos como tú, no yo, no nosotros, que están verdaderamente asustados de perder la conciencia y dormirse. Sin embargo, existen esos como tú, como yo, como nosotros, que luchan contra la claridad del día y de la noche para no despertar. No soñar, al contrario, te hace dudar, te hace cuestionar los pensamientos de quien amas, te hace preguntarle al mundo cuánto te sueña esa persona dentro de tus sueños, te hace preguntarte muchas veces cuán fuerte son los sentimientos de esa persona.
                Pero dormir no te causa esas preocupaciones.
                Tú cierras los ojos para triunfar, para acercarte a ese cuerpo que tanto deseas y acariciarlo con cuanta delicadeza requiera, para acurrucarlo desde la espalda hasta el pecho, para besarle el cuello y susurrarle que más nunca te arriesgarás a perder la oportunidad de decirle “te amo”.

                Es por eso que no hay más vida al dormir que al estar despierto, pero indiscutiblemente, sí hay menos dolor. Es por eso que vivir soñando hace que las personas como yo caigan fácilmente rendidos ante el amor e inocentemente mantengan la esperanza de que un futuro incierto llegue. Aunque ese futuro nunca llegue, siempre tendré la alternativa de volver a mi cama, acostarme, agarrar mi almohada, darle un beso de buenas noches y decirle cuán rápido mis sentimientos crecen y más adelante darme cuenta de lo mucho más que soy capaz de vivir cuando sueño que al estar despierto.